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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Neurosis

Alguien debería pensar cómo se contribuye a la normalidad si el PP está feliz de ser una fuerza insignificante en Cataluña

David Trueba

Intentar pronunciar el nombre de Ciutadans y que sonara a partido secesionista catalán y pérfido le costó a Carlos Floriano un cortocircuito neuronal que aún le tiene en talleres. Días después, Rafael Hernando llamó Naranjito a Albert Rivera, sin comprender que los españoles ya se han reconciliado con Naranjito. Lo detestaban por asociación con ese Mundial cutre donde éramos incapaces de ganarle a Honduras incluso con el árbitro chutando para nosotros. Pero el amor nace de la costumbre, y los descubrimientos sobre el ADN nos hicieron ver que dentro de cada uno navegan asociaciones ilícitas del gusto. Con su sensata defensa de la comandante Zaida, la parlamentaria Irene Lozano ha recordado a muchos que UPyD trabaja pese al ninguneo por ser esa mosca cojonera sobre un partido que se sueña centrista, pero solo es centrípeto, es decir, que lo quiere todo para él.

En ese arrojar por la borda todo lo que no se aviene a oscilar sobre su centro magnético reside parte de la estrategia equivocada que el PP puso en escena sobre Cataluña a partir de la reforma estatutaria. De esa neurosis proviene el desbarre del delegado del Gobierno en plena campaña andaluza contra alguien que se llame Albert y provenga de Cataluña. Esa neurosis, sumada a la otra neurosis del nacionalismo, es insoportable. Pero alguien debería pensar cómo se contribuye a la normalidad si el partido más votado en España está feliz de ser una fuerza insignificante y marginal entre el electorado catalán. A lo mejor está basado en una estrategia de vasos comunicantes, donde un perjuicio limitado ofrece beneficios rotundos. Pero si ese vaso existe es de chupito, menor, y de una cortedad de miras aterrorizante.

Todo el mundo sabe que la frase que rectificas y de la que te desdices pasa a ser expresión del subconsciente. Cuando uno va al psiquiatra y le cuenta que siempre quiso matar al padre y vuelve a la sesión siguiente y asegura que lo que dijo del padre fue un pronto y que no lo piensa de verdad, no recibe el alta, sino que se le receta doble sesión de terapia. El subconsciente del partido en el Gobierno es una mochila demasiado pesada para que la tengamos que cargar los ciudadanos en busca de una convivencia razonable.

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