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Un ‘rolex’ y un turbante

Desde Averroes a Kepel o Gerges, varias obras dan las claves de un islamismo radical que se vende como utopía redentora

Luz Gómez
Caravana de guerrilleros del ISIS.
Caravana de guerrilleros del ISIS.Asociated Press

1. Profundamente moderno. O más bien posmoderno. El yihadismo es hijo de la globalización y el relativismo, y se sirve de las obsesiones de nuestro tiempo como vehículo: la vestimenta, el arte, los niños, las mujeres. Los marcadores religiosos están deslocalizados, son un producto más de consumo, sometidos al impacto visual y mejores cuanto más epatantes: del sermón de Al Bagdadi en la mezquita de Mosul ha quedado el rolex a lo James Bond en su mano derecha, no la proclamación de un califato “en que los árabes y los no árabes, el hombre blanco y el hombre negro, el oriental y el occidental son todos hermanos”, como cita el periodista Patrick Cockburn en Isis. El retorno de la yihad.

2. Sabiamente antiguo. Tanto como para tener el atractivo de las grandes ideologías que en el pasado amenazaron la existencia misma de lo que llamamos “Occidente”. Al nacionalismo, el nazismo o el comunismo se suma ahora el yihadismo, o en terminología de algunos discursos más abiertamente islamófobos, el islamofascismo, como dicen Manuel Valls y Bernard-Henri Lévy. Los legisladores europeos se aprestan a potenciar la seguridad a costa de la libertad, y los terroristas se frotan las manos: además de los muertos, el miedo ha surtido efecto. Averroes en El libro del yihad, fuente de varias generaciones yihadistas, ya habló de la coerción como estrategia.

3. La hidra. Frente a los pronósticos del fin del yihadismo (Gilles Kepel, La yihad. Expansión y declive del islamismo) y la entrada de las sociedades musulmanas en la modernidad posislamista (Olivier Roy, El islam mundializado. Los musulmanes en la era de la globalización), el yihadismo se ha mostrado recalcitrante a las categorizaciones. La “guerra contra el terror” anunciada por George W. Bush tras los atentados del 11-S no solo ha sido un fracaso en términos objetivos, sino que ha posibilitado la mutación continua del yihadismo, poniendo en evidencia su capacidad de adaptación tras cada aparente recaída.

4. El viaje. El viaje al yihadismo de un musulmán piadoso se nutre de agravios y resentimientos (Afganistán, Irak, Palestina), pero al transformarlos en energía es la ilusión lo que le mueve. Solo entendiendo este proceso psicológico se atisba cómo el yihadismo puede convertirse en una utopía redentora, cómo desde hace treinta años jóvenes de todo el mundo se han sumado gozosos a las filas de los talibanes, Al Qaeda, el GIA o el ISIS. Fawaz Gerges ha descrito este periplo (El viaje del yihadista dentro de la militancia musulmana), y ya mucho antes de los atentados de París o Copenhague pronosticaba un nuevo perfil, el de “la diáspora de la yihad”, alimentada por los jóvenes europeos que hoy ven en el viaje a Siria un futuro mejor.

5. Un buen negocio. Las cifras del negocio yihadista (tráfico de petróleo, de armas, de antigüedades, de personas) nunca han sido desdeñables, pero lo trascendental es que ahora la economía del terror se ha nacionalizado para construir un nuevo Estado. Como entre otros afirma la periodista Loretta Napoleoni (El fénix islamista. El Estado Islámico y el rediseño de Oriente Próximo), al independizarse de sus patrocinadores, los líderes del ISIS se han convertido en la principal amenaza para quienes un día les auparon: los países del Golfo con Arabia Saudí a la cabeza.

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