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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aaron

En general, los documentales que divagan en torno a una figura que se suicida terminan por ser caprichosos y poco fiables como material objetivo

David Trueba

El suicidio dificulta los razonamientos lógicos. Lo vemos habitualmente si alguien relevante se suicida. Las sospechas son inacabables, entre otras razones porque se trata de establecer una lógica a un acto que es fruto de una renuncia brutal a ella. Lo que queda es culpa, sentimiento de culpa repartido hasta grados insoportables. Por eso, en general, los documentales que divagan en torno a una figura que se suicida terminan por ser caprichosos y poco fiables como material objetivo. Pasa habitualmente y vuelve a suceder con el documental sobre Aaron Swartz, El chico de Internet, que emite Canal + Xtra. El activista en favor de un Internet abierto se suicidó antes de enfrentarse a un juicio federal por quebranto de las leyes de copyright. Había copiado en un disco duro las publicaciones del MIT y la fiscalía y la institución decidieron ejemplarizar con su acusación.

Pero lo interesante de Aaron Swartz es que no respondía al patrón habitual de quienes utilizan su talento informático para hacerse rico en los recovecos de la Red, sino que su empeño desde una adolescencia brillante de precoz programador se dirigía hacia el conocimiento y la ampliación de los márgenes de libertad. Incómodo en el papel de protagonista de otro pelotazo tecnológico, tras vender Reddit a Condé Nast fue incapaz de adaptarse a ese modelo y comenzó una actividad frenética para poner en marcha sus ideales. Su muerte significó un trauma que despertó la indignación general, porque para entonces, antes de la fuga de Snowden y las filtraciones de la soldado Manning, ya era alguien que denunciaba el espionaje masivo de las comunicaciones y la limitación de los derechos con legislación sobreprotectora.

Movilizado para que nadie robara a Internet su maravillosa libertad, admiraba a Tim Berners-Lee, cocreador de las tres W que permiten la comunicación global sin someternos al negocio latifundista de tanta multinacional. Apuntaba hacia la política cuando se quitó la vida, presionado por gastos en abogados y las acusaciones de la fiscalía. Sus 26 años, su vida íntima, sus dudas personales, sus secretos inasequibles para los demás nos prohiben reducirle a un arquetipo. Al fin y al cabo, su canción favorita era Extraordinary Machine de Fiona Apple, porque sí, porque los seres humanos somos máquinas extraordinarias.

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