Mándalas para sus señorías
El desembarco de la narrativa japonesa en las librerías es llamativo
No hace falta leer “el Piketty” (El capital en el siglo XXI, FCE), ni sumergirse en sus prolijas series históricas para saber que hay ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres (incluyendo a los tránsfugas forzosos de las clases medias hechas trizas). Pero lo cierto es que, poco a poco, el paisaje humano de los barrios “desfavorecidos” de nuestras ciudades se va pareciendo más, mutatis mutandis, al de Dickens que al de Henry James, no sé si me explico. Claro que, como se desprende de las tesis del economista francés, la creciente desigualdad supone sobre todo un peligro para la democracia, con lo que nuestro Zeitgeist europeo podría también estar adquiriendo un aire al de los años treinta, aquella oscura edad en la que podía pasar de todo (y eso es precisamente lo que sucedió), y la desconfianza hacia las élites, los populismos y la xenofobia estaban al orden del día. Y, también, el desconcierto: el elitista Ortega, que (a veces) tenía buen olfato, decía en 1933 (a propósito de Galileo, pero con la cabeza puesta en las crisis) que “no sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa”, un diagnóstico que hoy puede resultar tan contemporáneo como las corrupciones de cada día. Y es que, aunque no sabemos muy bien lo que nos pasa, nos hacemos una idea: ahí tienen, por ejemplo, la Gran Recogida de Alimentos —las mayúsculas no son mías— organizada en algunas ciudades españolas el pasado fin de semana, mientras transcurría nuestro castizo Black Friday prolongado. La gente respondió con entusiasmo adquiriendo alimentos para los que no pueden hacerlo, porque intuye que es a la sociedad a quien ahora le toca llegar a donde el Estado no sabe, no puede o no le interesa hacerlo. De modo que la situación se está poniendo de libro para el retorno de los brujos y el desarrollo de los populismos. Al tiempo que los que (por ahora) no tienen escaño consiguen galvanizar el descontento de un sector muy transversal de la ciudadanía, aprovechando el descrédito generalizado de las élites (ya sé que no todos los políticos son iguales, pero no me negarán que, con los que hay, tenemos de sobra), la mayoría de nuestros representantes democráticos parecen seguir enfrascados en el estúpido juego del ytumás, como si no existieran otras alternativas de entretenimiento. Les sugiero, para variar, esos libros para adultos con dibujos para colorear que prometen relajar al que los usa: el doctor Rojas Marcos los recomienda en el prólogo al Coloreitor (Espasa) de Forges, uno de los que más han circulado últimamente. Ediciones B, Plaza & Janés y MTM también han publicado mándalas para colorear que pueden sustituir (y sin efectos secundarios) las funciones del Lexatín en las orgías parlamentarias de ytumás,favoreciendo la relajación y el sosiego en el hemiciclo. Además, como según Jung, los mándalas reflejan el inconsciente colectivo, quizá fijando su atención en ellos consigan conectar con las verdaderas necesidades de la población. Si tienen que hacer un obsequio navideño a alguno de nuestros representantes, no olviden incluir un álbum para colorear en la cesta, junto a los turrones y la botella de cava. De nada, a mandar.
Japoneses
Llamativo desembarco en librerías de narrativa japonesa. Impedimenta, Seix Barral, Siruela y Tusquets siguen alimentando sus respectivos catálogos con autores de referencia. La primera continúa con Natsume Soseki (1867-1916), de quien acaba de publicar una nueva traducción de Kokoro, una de las mejores novelas japonesas contemporáneas. Seix Barral, que nos ha ido suministrando en traducciones de diferente calidad la obra de Kenzaburo Oé (1935), publica ahora Muerte por agua, su última novela, en la que retoma personajes y temas presentes en ¡Adiós libros míos! Siruela sigue publicando traducciones (del inglés) de los libros del gran Junichiro Tanizaki (1886-1965): la última entrega ha sido Diario de un viejo loco, una auténtica obra maestra en la que un narrador septuagenario expresa en su diario la angustia —y perplejidad— que le produce el desajuste entre su decadencia física y la atracción sexual que le suscita su nuera. En cuanto a Tusquets, un sello al que está vinculada la obra de Haruki Murakami (1949), acaba de publicar el ensayo Underground (1997-1998), en el que se recogen las encuestas realizadas por el autor a personas que vivieron de cerca el atentado terrorista con gas sarín que sufrió el metro de Tokio en 1995. En todo caso aún me resulta más significativa (y esperanzadora) la creación en Satori, un sello especializado en literatura japonesa, de una nueva colección consagrada a contemporáneos. Además de Un viaje llamado vida, un libro compuesto por diversas viñetas de carácter memorialístico de Banana Yoshimoto (1964), cuya obra narrativa se encuentra en el catálogo de Tusquets, la nueva serie se estrena con dos novelas que aún no he podido leer: Miro al cielo impotente, primera novela de Misumi Kubo (1965) y En una noche de melancolía, de Fuminori Nakamura (1977), una novela publicada el mismo año (2009) que la estupenda El ladrón, publicada por Quaterni, otra editorial interesada por la literatura de (así lo llaman ellos) “Extremo Oriente”. Por último, Gallo Nero ha publicado El eclipse de Yukio Mishima, un retrato muy personal (seguido de tres entrevistas) del gran autor japonés a cargo de Shintaro Ishihara (1932), político ultranacionalista y exgobernador populista de Tokio, de quien la misma editorial había publicado la novela La estación del sol. Bueno, y después de todo lo anterior, creo que me he ganado unos buenos sushi de unagi (acompañados de Karin bien fría).
París
De Balzac a Zola, de Baudelaire a Aragon o Prévert, de Queneau a Perec o Modiano, París es, en gran medida, un constructo literario. Cada cual tiene su imagen de la ciudad tan cantada, más allá de la que proporciona el siempre insatisfactorio turismo. La mía está hecha a partes proporcionales del Spleen de Paris (1869) de Baudelaire; de la Nadja (1928) de Breton; de la Rayuela (1963) de Cortázar, y, sobre todo, de El peatón de París, el genial travelogue urbano y apasionado de Léon-Paul Fargue (1876-1947) que ahora se publica en castellano de la mano de Errata Naturae en traducción de Regina López Muñoz y con prólogo de Andrés Trapiello. Fargue lo publicó como libro en 1939, cuando lo que quedaba de la bohemia de Montparnasse, enriquecida con nuevas adquisiciones humanas, se había trasladado a Saint-Germain des Près. El poeta fue elaborando su personal topografía sentimental y literaria de la ciudad amada recorriéndola durante toda su vida, con espíritu de flâneur y una actitud con la que habría simpatizado el Guy Debord de Théorie de la dérive (‘L’internationale situationniste’, volumen 2, 1958). Un París redescubierto para siempre (no importa que se haya perdido una parte) en el que el aura ilumina el pasado y el presente de piedras, rincones y, sobre todo, gentes. Para llevarlo en la maleta la próxima vez.
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