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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gente normal

Carlos Boyero

Cada vez que veo una concentración de esos treintañeros ilustrados y en posesión de fe que acojonan a todos los estamentos de este régimen ¿democrático?, que sustituyó a la siniestra dictadura por esa dionisíaca Transición que al parecer tiene ya plaza fija en los altares, tengo una sensación muy rara. Y es que hasta un tarado cívico como yo, alguien que no ha votado jamás, actitud comprensible entre los marginales irrecuperables y los banqueros y poseedores de grandes fortunas —los primeros porque saben que son prescindibles para cualquier gobierno, y los segundos por su certidumbre de que el poder político de cualquier ideología lo primero que pactará con ellos es que jamás menguaran sus beneficios, pero que revela anormalidad en alguien como yo, que aspira a tener opinión propia sobre las personas y las cosas—, descubre que entre la clase política hay gente que parece normal (no es fácil en ese gremio), con la que podría compartir copas y hablar de muchas cosas sin la sensación de perder el tiempo, con la que desaparecerían mi grima y mis prejuicios enfermizos aunque su profesión, o su ilusión, o su forma de ver la vida, consista en hacer política.

Siento eso al observar y escuchar a tipos que parecen normales, que entiendo lo que pretenden decir, que no denotan impostura, que tal vez solo sean excelentes actores pero que me resultan creíbles y cercanos, que rompen el tedioso y odioso arquetipo de los que se dedican a esa movida tan heroica y filantrópica de conseguir poder para arreglar el mundo.

Me ocurre con Alberto Garzón, Patxi López, Albert Rivera, Borja Semper, Tania Sánchez, gente así. También con el ejército de Podemos (excepto con Monedero, y ya sé que la cara no es el espejo del alma, pero todo en su expresividad lo asocio tendenciosamente a un comisario político), aunque me sonroje cuando les oigo cantar fundidos en un abrazo ese lema tragicómico de “El pueblo unido jamás será vencido”. Esa certidumbre solo me emociona en las ficciones hermosas, en películas como Espartaco y Las uvas de la ira. Pero unido o desunido, la realidad demuestra que siempre ha sido traicionado, manipulado, explotado, derrotado. A pesar de ello, benditas sean las revoluciones.

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