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Banderas

Supimos, y para eso la televisión es infalible, que las banderas cuando las encarga el ayuntamiento cuestan hasta ocho veces más de su precio reaL

David Trueba

Me gusta la televisión cuando se pregunta por cosas concretas. Es un medio que no tiene paciencia para tratar abstracciones. La crisis, la corrupción, la cultura, la vida, son asuntos que la tele solo emborrona, no se pueden discutir a su ritmo. En cambio se puede plantear preguntas como ¿Cuánto cuestan las banderas? Así lo hizo en su sección de repaso al gasto público con la que se cierra El objetivo. A esa misma hora Risto Mejide había sentado en un Chester decorado con las banderas catalana, española y europea al líder de Ciutadans Albert Rivera, en la semana en que las banderas ondearán amenazantes. La pregunta del programa de Ana Pastor estaba formulada por un ciudadano de Ciempozuelos sorprendido de que su ayuntamiento se gaste 22.000 euros en colocar una bandera española en la localidad, por si alguien se olvida de en qué país vive una tarde en que anda de paseo.

Supimos, y para eso la televisión es infalible, que las banderas cuando las encarga el ayuntamiento cuestan hasta ocho veces más de su precio real. ¿A quién andarán encargándole la instalación de banderas? ¿Dejarán también una comisioncilla en el camino? ¿O se respetará un símbolo tan esencial? Aunque si se ha engañado en la contabilidad de la visita del Papa y hasta con el ahorro energético, no nos sorprende ya nada. Una vez que sabemos que en este país, donde muchos niños no pueden hacer tres comidas diarias, hay banderas que cuestan 350.000 euros, podríamos caer en la tentación de pensar que son un gasto innecesario. Pero no es así.

Son utilísimas. Las banderas rescatan la visceralidad, apelan al corazón y envilecen la convivencia en caso de conflictos. Pese a saber que la consulta del 9 de noviembre en Cataluña no se celebraría, la venta de banderas ha sido fenomenal; ya ha merecido la pena tanto teatro. Hace exactos 40 años, en medio de la crisis petrolera y los recortes que tumbaron la socialdemocracia británica a los pies del neoliberalismo de Thatcher, el hombre de teatro, de teatro de verdad, Peter Hall escribía en su diario personal algo que sigue funcionando en política. “Dios nos guarde de los extremos. La humanidad y la compasión son inmediatamente olvidadas. Y también la inteligencia”.

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