Torrente vive
Torrente sigue presidiendo la vida española, y solo si somos sinceros nos plegaremos a esta certeza


En un artículo aleccionador publicado en este periódico, Tomás Pérez Vejo analizaba las dificultades de España para solidificar la identificación nacional. Es un asunto eludido desde hace décadas, pese a que afecta a casi todos los ámbitos del país. En cualquier debate polémico, vence el que logra la mejor visualización de su propuesta. Si todas las batallas son en el fondo una batalla estética, lograr poner en imágenes un estado de ánimo conlleva la identificación de muchos con aquello que reconocen. La primera entrega de Torrente logró algo que está al alcance de muy pocos creadores: trasladar tal alud de características reconocibles a un personaje de ficción que se convierte en existente por familiar y real. Así, Torrente es hoy un personaje referencial que nos permite identificar comportamientos, opiniones, pasiones y actitudes que identificamos en nuestra sociedad.
Después de cinco entregas es natural que algunos se declaren fatigados de Torrente, aunque su función es similar a la de los ninots en semana de Fallas. Torrente sigue presidiendo la vida española, y solo si somos sinceros nos plegaremos a esta certeza. Hay torrentismo en Díaz Ferrán, Bárcenas, Montoro, los Pujol, Caja Madrid, el amaño de partidos de Liga, la programación de tele, el Toro de la Vega, la fuga de Esperanza Aguirre, las canonizaciones urgentes, Rouco de okupa, la euforia de Podemos, el sometimiento a los discursos políticamente correctos del progresismo y hasta en el concepto de marca España. Pero en la última entrega Torrente visualiza la España rota, la Cataluña independiente, la nación expulsada del euro, la fe en los casinos salvadores, los aeropuertos vacíos y el sálvese quien pueda.
Torrente 5 llega para ser la expresión chocarrera del “Me duele España”, la Generación del 98 entre putas, tarados y golfos. Contiene, además, una imagen poderosa de catarsis nostálgica. Torrente pega de puñetazos a una extraordinaria Mari Carmen, la de sus muñecos, empeñada en preservar a Fernando Esteso del icono que incorporó en nuestra gloriosa Transición, que también fue la del cine de Ozores. Sería terrible dejarnos vencer por las provocaciones machistas, zafias y groseras que el director dispone como trampas para calibrar nuestra tolerancia, y quedarnos sin apreciar el esperpento nacional, género al que se adscribe con un ramalazo inmisericorde de terror futurista.
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