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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Arpanet

Los espías de 'The Americans' indagan en la Red de los ochenta. Ya había iniciados antes de eso

Ricardo de Querol
Matthew Rhys, Phillip Jennings en 'The Americans', con un PC en una escena de la serie.
Matthew Rhys, Phillip Jennings en 'The Americans', con un PC en una escena de la serie.

En un capítulo de The Americans (Fox), un espía soviético en los EE UU de Ronald Reagan indaga en qué demonios es eso de Arpanet, el precedente de lo que luego sería Internet. Se las arregla para entrevistarse con el jefe de la investigación y este explica con entusiasmo la relevancia del invento: ahora dará igual si uno está en Washington o un pueblo remoto de China, la información estará en todas partes a la vez. "Es como Dios pero sin barbas", proclama el científico, que tiene en la cabeza una red limitada a gente como él, universidades y militares. En la Embajada soviética alguien pregunta por qué es tan importante eso de Arpanet. "Porque es el futuro", dice un avispado agente.

Funciona bien esta irrupción de lo digital en una trama de los tiempos analógicos. Pero no es verdad que la informática estuviera tan en pañales en los ochenta, menos aún en la cúpula militar y tecnológica. Marvin Minsky, uno de los padres de la inteligencia artificial, lo cuenta con simpática arrogancia: "En los años 60 ya teníamos Internet. Yo crecí con eso. Éramos una pequeña comunidad y vimos hace tiempo el equivalente del iPhone. Ahora, el mundo, poco a poco, está recibiendo esos cambios".

En los primeros ochenta, cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, Steve Jobs ya vendía ordenadores Apple y la opción barata era el Spectrum, pero pasarían años hasta que se conectaran con la Red. En esa época, Gabriel García Márquez sufría ante su Macintosh, según una deliciosa anécdota que recoge Javier Aparicio: "Fíjate que el cursor parpadea en la pantalla como un corazón latiendo. Me espera, y eso me inquieta y me obliga a escribir más rápido", confesó.

El ensayista Nicholas Carr lleva tiempo empeñado en advertirnos de los riesgos de la tecnología. Ahora, en su libro Atrapados, alerta de que fiamos la solución de todos los problemas a las máquinas sin darnos cuenta de que no los podríamos resolver sin ellas. Dependemos de las máquinas creyéndonos sus dueños.

Lo que no dijo el científico ochentero al espía ruso es que Internet pondría infinidad de conocimiento al alcance de cualquiera, pero también toneladas de tonterías con las que perder el tiempo. Es lo que tienen todas las creaciones humanas: distintos usos. La primera lanza ya podía utilizarse para cazar mamuts o para quitar al vecino su trozo de mamut.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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