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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ser majo

Thais Villas es una entrevistadora audaz. En un país en el que el arte de la entrevista televisiva ha dejado de existir, los reporteros de calle logran a microfonazo lo que de otra forma es esquivo

David Trueba

El intermedio ha regresado tras el verano. El programa de humor que presentan El Gran Wyoming y Sandra Sabatés incorporó en la pasada temporada a Joaquín Reyes, que más que imitar reduce a su esencia a personajes de actualidad. Pero al comenzar el curso ha podido desempolvar del archivo la fecunda relación entre Thais Villas y el jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas. Durante algún tiempo los intercambios a pie de calle entre la reportera y el político eran un cándido flirteo que recordaba a la relación que mantuvieron en Caiga quien caiga Pablo Carbonell y Esperanza Aguirre, y que elevaron a la entonces ministra a la popularidad nacional, de la que no se ha bajado desde entonces.

Thais Villas es una entrevistadora audaz. En un país en el que el arte de la entrevista televisiva ha dejado de existir, los reporteros de calle logran a microfonazo lo que de otra forma es esquivo. Son los políticos en la oposición los que tienen que hacerse los amables y simpáticos esperando a que les llegue algún día la opción de comunicarse con el pueblo a través del plasma. Así pasan por El hormiguero, las tertulias y se someten al asalto de micros en la calle con toda la simpatía que pueden fabricar, pero anhelando el día en que se liberen de todo ello a empellones de sus guardaespaldas.

También Jorge Moragas, en los duros tiempos de la oposición, se mostraba majo con Thais Villas y hasta la llevaba en moto. Sus mensajes de móvil manejando los tiempos del escándalo de la familia Pujol se unen a las turbias grabaciones secretas en floreros de restaurante y a la comparecencia equivocada del ministro de Hacienda para explicar la trama fiscal del caso. Da la impresión de que la corrupción no se quiere tratar en España con la higiénica contundencia con que los cirujanos atajan un tumor. Aquí se abre y se cierra al paciente, se le extrae un poco del tejido maligno, se expone al altavoz, se esconde otro rato, se raciona y se negocia para controlar los tiempos y la magnitud del daño. Y el resultado no es la regeneración esperada, sino la agitación de los fieles, que es una medicina de la que España ya andaba sobrada.

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