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ARTE

Objetos de compañía

'Las lágrimas de las cosas' explora la relación de fotógrafo y espectador con lo inanimado

'A foggy afternoon' (Una tarde de niebla), 2011, de Chen Wei.
'A foggy afternoon' (Una tarde de niebla), 2011, de Chen Wei.

Helga de Alvear le pidió consejo a Rosalind Williams, que en los ochenta dirigió Redor, una de las primeras galerías de fotografía de España. Quería comprar obra fotográfica, pero no sabía por dónde empezar. La especialista le sugirió dos nombres: Joan Fontcuberta y Javier Vallhonrat.

Ese solo fue el principio. A esos dos le siguieron muchos más: Ai Weiwei, Thomas Demand, Nan Goldin, Rodney Graham, Robert Mapplethorpe, Bernd & Hilla Becher... Hoy la colección de la galerista alemana suma casi 800 fotografías y vídeos.

La tarea de encontrar un relato común entre esos centenares de piezas recayó en Marta Gili, directora del museo Jeu de Paume de París y veterana comisaria, quien recuerda una cita de Walter Benjamin —“para el coleccionista el objeto poseído es la relación más íntima que se pueda tener con las cosas”— para ilustrar la sensación de voyeur que le acompañó durante el proceso de selección de las obras. “Una colección no es una visión institucional sino personal, por eso uno siente que se está inmiscuyendo en las cosas de alguien, que le han invitado a casa y se ha puesto a hurgar en los cajones”, explica.

Indiscreta, quizás, ardua, sin duda, resultó la misión de encontrar ese hilo apenas perceptible que conectase la disparidad de piezas de la colección. “Al final me di cuenta de que había una obsesión de los artistas por los objetos”.

Luego cayeron en sus manos los versos de la Eneida de Virgilio, Las lágrimas de las cosas, que da título a la exposición. “Me parecieron interesantes poética y políticamente, quería ver cómo estas cosas se relacionan con nuestras vidas”. Esa composición del poeta latino —“¿Hay algún lugar en la tierra que no esté lleno de nuestros esfuerzos? … Hay lágrimas en las cosas y lo mortal conmueve el alma”— y su resonancia posterior en Jorge Luis Borges —“Sin que nadie lo sepa, ni el espejo, / ha llorado unas lágrimas humanas. / No puede sospechar que conmemoran / todas las cosas que merecen lágrimas”—, son el punto de partida del recorrido de la muestra, que puede verse hasta el próximo 11 de enero en la Fundación Helga de Alvear de Cáceres.

El relato de Gili se divide en cinco capítulos —Formas y tipologías, Apariciones y desapariciones, Espacios entre lugares, Arqueología del poder y La melancolía de las cosas— que nos permiten asomarnos a la obsesión de los fotógrafos por lo inanimado desde distintas perspectivas.

Durante décadas, Edward Ruscha capturó sistemáticamente aparcamientos urbanos para su serie Parking Lots (1967-1999). Según Gili, con humor e ironía, estas imágenes del estadounidense “hablan de la forma en que construimos la ciudad, nuestra vida cotidiana, nuestro mundo”, del mismo modo que las variaciones del matrimonio formado por Bernd & Hilla Becher, nos hablan de otro mundo: la pareja consagró toda su trayectoria (Bernd falleció en 2007) a retratar, de forma sencilla y frontal, fábricas, minas, acerías, esos edificios “donde el anonimato es el estilo aceptado” y que hoy forman parte de nuestro pasado industrial.

Hay que aclarar que en la exposición abundan las cosas, pero también hay personas. Están presentes las modelos que protagonizan las puestas en escena de la italiana Vanessa Beecroft, a quienes la artista somete a una inmovilidad casi inanimada, también los hombres y mujeres que posan para Thomas Ruff, que fotografía objetos y humanos con idéntica neutralidad. “Creo que la fotografía sólo puede reproducir la superficie de las cosas. Lo mismo puede decirse de un retrato. Hago fotos de personas del mismo modo que las haría de un busto de yeso”, ha dicho el alemán.

Como en la obra de Ruscha, también se intuye el humor —una de sus señas de identidad— en la serie de fotografías de aeropuertos del dúo suizo Fischli & Weiss, que nos hace pensar en la estandarización de los espacios. Visto un aeropuerto, un avión, un hangar, vistos todos. Ellos, señalaban en una entrevista, están en el extremo opuesto del arte pop, que convertía en icono cada objeto cotidiano que tocaba.

Esas cosas banales en las que apenas reparamos en el día a día, esos “relámpagos de cotidianidad”, como él los llama, permiten al fotógrafo británico Paul Graham entablar con el espectador un diálogo sobre cuestiones sociales y políticas, que son las que verdaderamente le importan. Un ejemplo revelador: Sin título, España. Monedas sobre un estante (de la serie Nueva Europa), fechada en 1988.

En las composiciones de Graham, como en la propia exposición, caben muchas historias, y Marta Gili insiste en que la suya es una de las muchas que podrían contarse a partir de la colección de fotografía y vídeo de Helga de Alvear. En realidad, sostiene, se trata de que cada uno escriba la suya al recorrer las salas del edificio enclavado en el caso histórico de Cáceres porque lo que importa es otra cosa. En palabras de Francis Alÿs: “Creo que el artista puede intervenir provocando una situación que obligue a dejar atrás la vida cotidiana y comenzar a ver las cosas de nuevo, desde un punto de vista diferente, aunque sea durante un instante”.

Las lágrimas de las cosas. Fundación Helga de Alvear. Pizarro, 8. Cáceres. Hasta el 11 de enero de 2015.

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