‘Todo va bien’, mucho y galopante
El programa de Cuatro conjuga un ritmo vertiginoso con el deseo de enganchar a los jóvenes
El nuevo programa de Cuatro, Todo va bien, es en realidad un cóctel de verano con, suponemos, vocación de perdurar. Risas, parodias, entrevistas, promos, cámaras ocultas, concursos, ritmo vertiginoso y un deseo confesado: enganchar al público juvenil, un sector que, naturalmente, no es ajeno a la actualidad económica, política y social siempre que se le ofrezcan los comentarios e informaciones en breves pildorazos. Es el peaje de las nuevas tecnologías y Twitter. El mayor problema es la competencia: tiene enfrente a El intermedio (La Sexta) y El hormiguero (Antena 3), dos programas muy consolidados con audiencias que triplican o cuadriplican la del nuevo espacio (debutó con un 4,7% de cuota y 666.000 espectadores). También es verdad que llevan años en antena y han conseguido una cierta fidelidad de su público.
El programa dirigido y presentado por Xavi Rodríguez, con la cantante Edurne de copresentadora, se nutre de muchos otros, es un compendio acelerado de lo mejor de cada casa. Una breve introducción con las noticias del día, aplausos y pitos desde la grada, diálogos breves con un punto progre y parodias como Iker Jiménez, el rey Juan Carlos, el rey Felipe, Rajoy, los whatsapp apócrifos..., hasta que llega la primera gamberrada: un comando monárquico que con cámara oculta obliga a un ingenuo encargado de bar a decorar disparatadamente con banderas y banderitas españolas su local un par de horas antes de que pase la comitiva real. Una broma con ciertas dosis de verosimilitud pues sabemos de los desvelos y obsesiones policiales con las banderas en tan señalada jornada.
Reportajes, más parodias, hasta que llegaron los primeros invitados: Dafne Fernández, el Langui y Jesús Bonilla, coprotagonistas de la serie que arrasa, Chiringuito de Pepe. Es el espacio al que se le dedica más tiempo. Cuestión de sinergia. Tenía gracia comprobar las dos culturas en el plató: una gente joven que se reía constantemente de sus propios chistes, quizá en exceso, y un Bonilla representante de la cultura textual que se mostraba displicente y hasta un poco harto de tanto ja, ja y je, je.
El personaje de San Bernardino irrumpió con su broma pesada: llamar a una dama para demostrarla que su marido es un pendón porque es el amante de su mujer, todo con la inestimable ayuda de los móviles, los vídeos y todas las chucherías tecnológicas del nuevo mundo.
En definitiva, un programa que comienza su rodaje con una discreta audiencia y que busca conectar con el segmento juvenil de una audiencia que se le resiste a la cadena. Es pronto para saber si han acertado o no. En todo caso cumple con el hipotético concepto que se tiene de la juventud: mucho y breve y mucho y galopante.
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