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Jack White, el último mohicano de las estrellas del rock

El ex White Stripes confirma con 'Lazaretto' su condición de figura sin pies de barro

Jack White, en un concierto en Manchester (Tennessee) el 14 de junio.
Jack White, en un concierto en Manchester (Tennessee) el 14 de junio.C Flanigan/ WireImage

Sin decir ni media. Así irrumpía hace semanas High ball stepper. El primer atisbo del segundo álbum en solitario de Jack White era una inmisericorde apisonadora instrumental que apenas contenía algún tarareo. Aunque más llamativo resulte conocer su condición de frankenstein: salió de fusionar por medio del Pro Tools tres tomas distintas registradas en directo. ¿El adalid de lo analógico y proveedor con su sello de alimento para los giradiscos rendido a la herramienta de edición digital? No, más bien reflejo de la calma de White para elaborar este Lazaretto, contraria a sus hábitos supersónicos: año y medio dándole vueltas a lo grabado en su estudio en huecos de la gira de Blunderbuss(su debut solista en 2012) con los músicos de aquellos conciertos, una banda femenina, The Peacocks, y otra masculina, The Buzzards.

Etapa reflexiva que no parecía traspirar en sus declaraciones o en las filtraciones de su proceso de divorcio. Hasta el punto de corregir con un comunicado a comienzos de junio todos los charcos donde llevaba tiempo metiéndose: palabras desabridas sobre otros artistas, especialmente The Black Keys, muchas de ellas en el reportaje de portada del reciente número de Rolling Stone. Y White acierta al recular, pues nada debería desviar los focos de lo que mejor sabe hacer, discos tan convincentes como el que nos ocupa.

Su etiqueta, Third Man Records, había publicado un recopilatorio, en vinilo, claro está, del viejo bluesman Blind Willie McTell. Y Lazaretto parte precisamente agarrado a una adaptación de uno de sus temas, Three women, con vitaminas de soul sureño añadidas al blues y versos de crápula. ¿Quizá un guiño frente a pasadas acusaciones de sexismo? Él siempre subraya su obra compartida con mujeres (Meg White en The White Stripes, Allison Mosshart en The Dead Weather…) y su tendencia a crear personajes en vez de traslucir ideario propio en los textos.

A partir de ahí, se acabaron las versiones (Blunderbuss contenía también solo una, de Little Willie John). Pero no las guitarras afiladas, poderosas y poco convencionales, con más presencia que en su entrega previa. Siguen retumbando en el extraordinario segundo corte que titula el disco. Lleno de pausas y giros, un bajo repleto de groove y violín a contracorriente. Además de cierto enigma lingüístico en su letra inspirada por el galleo típico de los raperos: "Yo trabajo duro / como en madera y yeso", entona White en castellano. Quizá todo venga de sus últimos años de adolescencia en Detroit. Asegura que escritos suyos de entonces, descubiertos en un desván, le sirvieron de punto de partida para estas canciones. Y en alguna se palpan dichas historias juveniles, como en Alone in my home, puro piano pop soleado en un álbum que no se corta a la hora de cruzar y estrujar estilos clásicos.

El country en diversas vertientes, sin ir más lejos, que el hombre vive en Nashville y es lógico que se note. Aterrizó allí, por cierto, para producir la resurrección de Loretta Lynn. Y en su rama country-folk, un poco a lo Neil Young, lo vaquero envuelve ahora Temporary ground, marco para el dueto vocal a ratos de White con la violinista Lillie Mae Rische (las notas de su fiddle también reinan aquí). Para el valsecito campestre bautizado Entitlement, nuestro alquimista suena a un Gram Parsons sin su Emmylou. Pero con dosis de steel guitar, de la mano de la rara avis danesa Maggie Björklund (recomendable es su único disco propio, Coming home, de 2011). Y con alto voltaje tabernario, el country-rock de amor no correspondido Just one drink ("tú bebes agua / yo bebo gasolina") roza por lo bajo al Dead Flowers de los Stones. O dejémoslo en que recuerda a grupos como Faces.

Con todos esos aires de cowboy, White brilla menos idiosincrático que en los cañonazos de más arriba. O que en la espléndida Would you fight for my love?, marco para percusiones africanas, falsete y oscuridad gótica. La voz de White se vuelve tan funk como la del primer David Byrne en los Talking Heads para The black bat licorice, donde casi rapea. Mientras que sus relatos a menudo indescifrables y misteriosos se ejemplifican, convertido en ave, en I think I found the culprit.

Porque excéntrico un pelo sí que es: batió el récord Guinness (solo cuatro horas) en grabar, prensar y editar un disco. En concreto, el single con el tema Lazaretto, y un cover de Elvis detrás, que lanzó para el Record Store Day. Pero cuando uno arriba a la meta tras escuchar Want and able y su preciosismo en miniatura, se siente a White como el último mohicano de los rock stars. Aunque el título del álbum signifique leprosería. O quizá por eso.

Jack White. Lazaretto. Third Man Records.

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