Luces y sombras
Sara Ramo, que expone 'Desvelo y trazo' en Matadero, trabaja entre la oscuridad y la claridad
Acaba de mudarse a un luminoso estudio —tres estancias, tres balcones— en pleno centro de Madrid, en un edificio propiedad de la Iglesia anglicana, situada en la misma calle, que ofrece pisos “a precio razonable” soloa artistas y arquitectos. “Todavía no tengo demasiadas cosas, aunque, en realidad, está todo lo que necesito para trabajar: mis materiales, mis libros (aunque la mayoría están en Brasil), el ordenador, café y té y, en general, espacio”. El espacio, sobre todo el doméstico, es una presencia recurrente en la obra de la artista hispanobrasileña Sara Ramo (Madrid, 1975). También en los textos que se escriben sobre ella. “En verdad me inspira, pero no diría que tengo un interés especial por él. Empecé a trabajar en una casa grande y antigua porque en Brasil la calle era peligrosa, había un conflicto entre la calle y la casa. Cuando hice mis primeros trabajos quería ensayar mi creatividad, y lo hice en mi casa porque era lo que estaba dentro de mis posibilidades”.
La exposición que ahora puede verse en Matadero Madrid, Desvelo y trazo, tiene su origen en una casa ajena, la de la coleccionista y filántropa Eva Klabin en Río de Janeiro. A Ramo la invitaron a hacer un proyecto en su residencia, una casa de estilo normando diseñada por el arquitecto romano Gaetano Minucci. “Desde su fundación invitan a artistas para que hagan intervenciones, y cuando me lo propusieron, yo decidí investigar sobre la vida de Klabin: me contaron que cuando murió su marido empezó a vivir solo por la noche, en cuanto amanecía se iba a dormir. Las visitas al dentista, al médico, a conciertos, todo sucedía de noche. Ahí fue cuando empecé a trabajar con la oscuridad”.
Así, completamente a oscuras, se adentrarán los visitantes a la sala frigorífica del antiguo matadero madrileño. “Solo hay oscuridad y luz. Me he limitado a usar cosas que me he ido encontrando, no he comprado nada. Se trata de una experiencia sensorial muy particular porque es un trabajo que se forma en el espectador. Cada uno se las ingenia con su imaginario, más que con el mío”, explica. La experiencia de Río le enseñó que la gente responde de formas muy dispares a la oscuridad. “A unos les encantaba, otros sentían miedo, no dejó indiferente a nadie”. Ella también tiene una relación variable con la luz y la oscuridad. “En Madrid busco la luz, los inviernos son duros para mí porque mis primeros años de vida los pasé en Brasil, y eso marca mucho. Allí, en cambio, valoro mucho la sombra”.
Ramo es de Belo Horizonte, la ciudad de Lygia Clark —a quien el MOMA de Nueva York dedica ahora una exposición— y “de muchos grandes artistas”. Sobre su escritorio, donde ahora solo reposan un portátil y algunos libros —de los antropólogos Eduardo Viveiros de Castro y Roy Wagner, en quienes espera encontrar “algunas claves” para próximos trabajos—, cuelgan dos cuadros de Lorenzato, uno de sus pintores preferidos. “Son mi mayor tesoro, las dos únicas cosas que tengo que considero de valor”.
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