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PURO TEATRO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El unicornio roto

Intensa y delicada reposición de 'El zoo de cristal' por José María Pou en Barcelona

Marcos Ordóñez
Míriam Iscla, entre Dafnis Balduz, a la izquierdam, y Peter Vives en un momento de ‘El zoo de cristal’.
Míriam Iscla, entre Dafnis Balduz, a la izquierdam, y Peter Vives en un momento de ‘El zoo de cristal’. David Ruano

1. El zoo de cristal siempre funciona. Nos puede fatigar a veces la verbosidad pre-Blanche Dubois de Amanda, la madre, pero admiramos su coraje, y nos conmueve el personaje de Laura, la hija, y se nos rompe definitivamente el corazón en la soberbia escena del encuentro con Jim, el “caballero visitante”. The Glass Menagerie,que lanzó a Tennessee Williams, es, para mi gusto, una pieza mucho más concisa y equilibrada que muchas de las que escribió luego. Se estrenó en 1944 pero está situada en el Saint Louis de los años treinta, en una casa sacudida por la Depresión, bajo un cielo “solo iluminado por los relámpagos”, entre el bombardeo de Guernica y los albores de la Segunda Guerra Mundial.

José María Pou ha presentado en el Goya barcelonés una puesta cuidada, minuciosa, de gran fuerza emotiva y con rotundos trabajos, en una notable versión catalana de Emili Teixidor, que se estrenó en 1992, en Teatreneu, a las órdenes de Victor Oller. La escenografía de Sebastià Brosa y la luz de Albert Faura restituyen mágicamente la “casa del recuerdo” que quiso Tennessee. Todo sucede en la mente de Tom, ese narrador que se llama como él y con el que comparte biografía. La atmósfera está magistralmente construida, detalle a detalle. Elijo mi repóquer: 1. La aparición (casi literal) de Amanda, atravesando la puerta de entrada como un fantasma del pasado que surge del otro lado del espejo; 2. Tom musitando el comienzo de las frases que van a decir su madre y su hermana, para sugerir que esas escenas están clavadas en su memoria; 3. La música de saxo que llega, impulsada por el aire caliente de agosto, y nos hace imaginar la cercana sala de baile con las ventanas abiertas; 4. La tormenta que coincide con el apagón del segundo acto, y 5. Concepto central: la colección de figuritas de vidrio esencializada en una sola, ese unicornio, emblema de Laura, que parece flotar, desguarecido, en un haz de luz.

Dafnis Balduz es Tom, el retrato del dramaturgo adolescente, asfixiado en la casa y en la fábrica que retrató en Recuerdo de dos lunes, y que contempla desde la libertad y la culpa su abandono de la madre devoradora y de la hermana inerme. Balduz, que a ratos recuerda al joven Alan Cumming, da muy bien esa mezcla de dureza y sensibilidad, esquivando el cliché de “joven poeta”. Tiene una dicción diáfana, se hace escuchar y pisa fuerte en su primer gran papel, puerta abierta a los que sin duda seguirán.

Tennessee modeló a Amanda Wingfield sobre Edwina Williams, su madre. Amanda es una mujer dominante, maniobrera, escindida entre la lucha por el presente y la nostalgia de un pasado perdido. Abandonada por su marido, ha tenido que sacar adelante a dos hijos: una chica que apenas puede salir de casa y un muchacho que lo único que desea es escapar de ella, como hizo el padre. A Míriam Iscla le sientan de perlas los roles de mujeres fuertes (el más cercano es Barcelona, de Pere Riera), y da a la perfección la faceta enérgica, neurótica y eminentemente práctica del personaje, pero no acabo de ver el lado de southern belle obsesionada por su pasado: flaquea la escena inicial, donde lo evoca puesta en pie y a velocidad de crucero, como si tuviera mucha prisa por pasar a otros asuntos más interesantes. Yo creo (única pega en el excelente vestuario de María Araujo) que la Amanda dibujada por Iscla jamás se pondría un vestido tan inapropiado para una cena informal como el que desempolva para la visita de Jim O’Connor. No llega a las cotas del que llevó Laurette Taylor en el estreno de Broadway, que la acercaba peligrosamente a la señora Havisham de Grandes esperanzas, pero hace pensar un poco en Thelma Ritter disfrazada de Baby Jane.

La atmósfera está magistralmente construida, detalle a detalle

Meritxell Calvo se reveló la temporada anterior con La venus de las pieles, también en el Goya, donde encarnaba a un personaje en las antípodas de Laura Wingfield. Es muy difícil construir fragilidad en escena porque el pozo de mermelada siempre está cerca, abriendo sus grandes fauces. La joven actriz sirve un desvalimiento puro, sin un gramo de azúcar, y su irradiación de dolor y ausencia resulta instantáneamente creíble. El dibujo de esa criatura delicadísima, presa de una timidez enfermiza, es de una gran sutileza, empezando por la cojera, que aquí es leve (Pou le ha retirado la ortopedia habitual), pero con trastabilleos súbitos, como si estuviera a punto de caer en cualquier momento.

Jim O’Connor, compañero de trabajo de Tom y gentleman caller a ojos de Amanda, es Peter Vives, otra perfecta elección de reparto. El verano pasado me llamó la atención en Tots fem comèdia, de Joaquín Oristrell. Aquí recuerda a un joven galán del Hollywood de la época, en la línea de Robert Stack. La maravillosa escena de los dos en la alfombra, casi en penumbra, descubriendo lo que pudo haber sido y no fue, tiene la belleza, el perfume y la melancolía de un relato chejoviano y es, para mi gusto, el remate perfecto de la pieza, un portento de interpretación y dirección: no puedes quitar los ojos de esa pareja porque todo les arropa (la música, la luz) y todo parece sonar en la misma tonalidad. Vuelvo a advertir la impronta de José Luis Alonso, el maestro de Pou: magia, precisión, poesía.

El teatro tiene vías subterráneas y puentes repentinos. Al final de ese precioso pasaje, cuando se rompe el cuerno de la figurita, y Laura quiere verlo como un heraldo de su posible cura (“ahora ya es un caballo como los otros”), pensé de repente en la lobotomización de Rose, la dulce hermana de Tennessee, a la que tanto adoraba (“ella era la mejor de todos nosotros”), cuyo atroz recuerdo le persiguió toda la vida y tantas veces trató de exorcizar. Cuando llega el oscuro, en ese denso silencio que precede a la ovación, veo el cuernecillo amputado girando en un vacío sideral hasta aterrizar, tantos años después, entre las plantas carnívoras del jardín de los Venables en De repente, el último verano: final del puente.

2. Recomiendo tres funciones del off madrileño: teatro documento (Ruz / Bárcenas, de Jordi Casanovas, en Teatro del Barrio); una tragicomedia costumbrista (Verano en diciembre, de Carolina África, en La Belloch), y un melodrama cuántico, por así decirlo, en la Kubik: Constelaciones, de Nick Payne. El próximo sábado se lo cuento.

El zoo de cristal. De Tennessee Williams. Dirección: José Maria Pou. Intérpretes: Míriam Iscla, Dafnis Balduz, Meritxell Calvo y Peter Vives. Teatro Goya. Barcelona. Hasta el 6 de julio.

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