Servillo
Resulta bastante previsible el proceso por el cual los medios de comunicación tienden a explicar el éxito profesional de los actores
El actor Toni Servillo y su compañía de teatro trajeron al Festival de Otoño en Primavera de Madrid una versión de Le voci de dentro de Eduardo De Filippo. La función repara en la sospecha mutua y es un artificio que se adentra en el costumbrismo para llegar a la conclusión de que nadie escucha y que, parapetados tras un aura de respetabilidad, no hay otra cosa que ruina moral. Los llenos hasta la bandera en días de función tienen mucho que ver con el aura del actor protagonista, que tras el éxito de La grande bellezza se ha aupado a lo más alto del escalafón. Para los que aman esa película, que ha recogido los premios más importantes del año, como para quienes la consideran un artefacto pretencioso, con un descarado martillear del subtexto en cada frase, el actor y la arquitectura de una Roma inabarcable son un recuerdo imperecedero tras el visionado.
Pero conviene reparar en la carrera de Servillo por lo que tiene de anómala. Resulta bastante previsible el proceso por el cual los medios de comunicación tienden a explicar el éxito profesional de los actores. Casi siempre pasos medidos, ambiciones desatadas, físicos prodigiosos y aciertos en su propaganda fundamentan la repercusión internacional de un actor. No son pocos los que creen que hay que protagonizar más portadas y anuncios que buenas películas para adquirir el estatus de estrella y se provoca esa especie de desazón en los aspirantes si uno no tiene un agente, un abogado y un publicista trabajando para él en Los Ángeles.
Nunca fue joven ni nunca fue guapo: a Toni Servillo le ha llegado el éxito por hacer lo que siempre hizo. Trabajar con la gente cercana, ser fiel a su grupo de teatro, al interés por trasladar al público la esencia de textos elegidos con mimo, con esa exquisita tradición italiana para interpretar la tragedia con las formas de la comedia.
Camino de las 300 representaciones de esta comedia negra napolitana, también su trabajo con Paolo Sorrentino se remonta a la cercanía napolitana más que una idea ávida de carrera universal. No tuvo que cruzar océanos ni abandonar la lengua ni sacudirse los orígenes ni renunciar al grupo modesto de trabajo para rozar esa gloria tan esquiva.
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