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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Críos

Lo único que sé de los coches es que te llevan donde quieres ir. Su atractivo, para mí, comienza y termina ahí

Carlos Boyero
Accidente de un autobús de niños en la carretera BA-051 en el termino municipal de Castuera, Badajoz. En la imagen, el los féretros llegan al polideportivo de Monterrubio de la Serena, de donde eran los fallecidos
Accidente de un autobús de niños en la carretera BA-051 en el termino municipal de Castuera, Badajoz. En la imagen, el los féretros llegan al polideportivo de Monterrubio de la Serena, de donde eran los fallecidosClaudio Alvarez

Lo único que sé de los coches es que te llevan donde quieres ir. Su atractivo, para mí, comienza y termina ahí. Fiel en casi todo al principio existencial de aquel ser tan misterioso, vegetativo y trágico que imaginó Melville y llamado Bartleby, cuando mi familia me aconsejó que aprendiera a conducir respondí: “Preferiría no hacerlo”. Y así hasta ahora. O sea, que me lleven. Y recuerdo la seguridad de muchos adolescentes de mi época en que poseer un coche ayudaba a ligar, que te hacía sentir libre y no sé cuantas cosas más. Después descubrí que los coches podían simbolizar el estatus social, causar la envidia de los vecinos, ser un certificado de ganadores y perdedores. Y también me he encontrado a gente extrañamente normal para la que el coche no representaba cosas raras y lustrosas, sino algo simplemente necesario para su vida y su trabajo.

Aunque no conduzca he sido testigo de gente que se transforma para mal cuando pillan el volante. O, a lo peor, es que son así en su vida cotidiana. Tarados arrogantes, tipos chungos, un reflejo de su actitud ante las personas y las cosas. Pero disponiendo de un pavoroso instrumento de muerte que no solo puede causar la suya (a lo mejor exista cierta justicia poética en ello), sino también la de otros, de inocentes a los que la barbarie envía al otro barrio o les convierte en lisiados.

No habiendo posado jamás mis manos en un volante no puedo sentirme culpable de haber expuesto a la muerte a otros. Pero sí recuerdo con escalofrío retrospectivo haber sido acompañante bastantes veces en los viejos tiempos de gente que conducía puesta hasta arriba, o solo puesta, de alcohol y de otras variadas sustancias. Yo también, por supuesto. O sea, que de alguna forma era cómplice pasivo de las tragedias que hubieran podido provocarse.

¿Por quién doblan las campanas?, se preguntaba John Donne. Ahora lo están haciendo por cinco críos. De acuerdo, es muy triste palmarla cuando no deseas largarte de este mundo. Pero es aún más horroroso cuando eso le ocurre a personas muy jóvenes, que ya no podrán disfrutar de todas las cosas buenas que la vida les podría ofrecer. El accidente de Extremadura causa luto a cualquiera con un poco de corazón. Y qué tormento interior le espera al que conducía colocado. Si no es una bestia.

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