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El pasado

Es difícil imaginarse a Gerry Adams como un antiguo matarife. Tiene pinta de profesor venerable, de humanista ilustrado, y fue una de las personas decisivas para detener la sangría del Ulster

Carlos Boyero

No tengo interés en conocer a gente cuya obra venero, tal vez por temor a que el ser humano me decepcione, que no me parezca estar a la altura de su arte, pero practico otras formas de mitomanía. Puedo emocionarme ante la tumba de creadores geniales que me han regalado sensaciones impagables. Cada vez que escucho ese precioso testamento de Brassens titulado Súplica para ser enterrado en la playa de Sète me pregunto por qué no he visitado todavía ese mar inspirador para homenajear a un poeta al que amo. Y, por supuesto, lo que más deseaba conocer en Belfast, en esa ciudad donde han ocurrido tantas cosas terribles o trascendentes, era la casa en la que nació Van Morrison, imaginar en ese paisaje de su infancia los primeros rugidos del león, cómo se forjó esa voz para expresar con tanta belleza y desgarro los sentimientos más hondos.

Pero también vi otras cosas en Belfast que te remitían a un pasado reciente de sangre y tinieblas. Por ejemplo, flipé ante el nombre de una de sus calles más populares. Se llamaba calle Kaláshnikov. Con dos cojones. Imagino el fervor homicida de los patriotas que le pusieron el nombre. Qué miedo.

Es difícil imaginarse a Gerry Adams como un antiguo matarife. Tiene pinta de profesor venerable, de humanista ilustrado, y fue una de las personas decisivas para detener la sangría del Ulster y alcanzar la muy complicada paz. Pero vete a saber si sus antiguas responsabilidades como jefe del brazo político del IRA incluían darle matarile por sospechas de chivateo a una viuda joven que había parido 10 criaturas. Bueno, era la guerra entre vecinos, barbaries cometieron todos, no conviene revisar las mutuas atrocidades del pasado, etcétera. Esos razonamientos pueden ser pragmáticos, pero dan grima. Los muertos no pueden quejarse, pero no estaría mal que le preguntaran a sus familiares y a la gente que les quería su opinión sobre la memoria histórica.

Esa manía ancestral de degollarse entre los vecinos vive momentos de esplendor universal. En Egipto, Irak, Afganistán, Siria, Ucrania, Congo y no sé cuántos sitios más. Sospecho que su ejemplo sirve para que se extienda moda tan siniestra. Qué terror los nacionalismos y las religiones. Y no hay palabras cuando van juntos.

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