Obra social
La obra social necesitaría extenderse más que nunca como refugio de una sociedad que provoca desarraigo, violencia y soledad
El pragmatismo del lenguaje inventa expresiones que definen ideas. La expresión de Obra Social hizo fortuna para referirse a la obligación bancaria de devolver a sus entornos algo de lo que extraía de ellos. De entre las ruinas que deja la crisis no ha habido casi nadie que lamente la desaparición de las cajas, arruinadas desde dentro por esmerados profesionales de ese arte de vaciar la riqueza de tu empresa mientras cobras un sueldo estremecedor. Arte que ahora apreciamos con enfado, pero evidente admiración. Sí, señores. Para proceder al butrón practicado desde el despacho directivo y no desde un local anexo era imprescindible la colaboración de un manto político expresado en consejos de dirección donde figuraban desde tontos útiles hasta tontos inútiles, pero siempre todos haciéndose el tonto, como se desprende de sus rarísimas declaraciones ante los tribunales que se atreven a juzgar estos casos.
Una vez destrozado el juguete, la sociedad da por perdidos sin remedio esos flecos de obra social. Hoy, cuando el emprendimiento es una expresión que todos acarician pero que casi nadie aviva, la gente con ideas se ve obligada al exilio o el desánimo. Pero la obra social necesitaría extenderse más que nunca como refugio de una sociedad que provoca desarraigo, violencia y soledad. Para entender esta deriva es necesario permanecer atento y sosegado frente a muchas noticias. Muchas veces la tendencia consiste solo en recrearse en sus formas más morbosas, —que si martillazos, que si cuchilladas, que si suicidios o envenenamientos—. La noticia se pervierte si uno se queda en la superficie.
Pero, si ahonda, se descubren carencias, una precariedad de medios de vida casi insultante que imposibilita mirar hacia adelante, que enquista los rencores y dificulta que mucha gente pueda aspirar a un futuro decente, lo cual siempre provoca un violento presente. Obra social puede definir esa imperiosa necesidad de una economía de la decencia, que sea rentable pero también contribuya a la convivencia. Prueben a establecer su propia categoría y definición cuando oigan hablar de nuevos crímenes y sucesos escabrosos: basta con trazar una línea que transparente su relación directa con la crisis. Es violencia económica. Como hay violencia machista, racista, ideológica o religiosa.
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