_
_
_
_
OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin armario

A los actores se les festeja y premia por trasladar una verdad que nadie puede certificar, una verdad ficticia, para cuya esencia trabajan a veces al alto coste de no saber quiénes son

David Trueba
Imagen de la actriz Ellen Page
Imagen de la actriz Ellen Page

En época reciente no se permitía enterrar a los actores en campo santo. Tampoco hospedarse en ciertos hoteles. Más grave aún es que en algunos clubes de golf de California tampoco les permitieran ser socios. En una anécdota mítica, Victor Mature acudió a hablar con el gerente de uno de esos campos cargado con un álbum de recortes y le señaló varias críticas negativas donde entre otras cosas se afirmaba claramente que “él no era actor” y así logró acceder. Sea como sea y pese a quien pese, la sociedad ha terminado por parecerse más al mundo de los actores, con su libertad sexual, su desorden horario y sus elecciones imprudentes, que a esa utopía mohosa y represiva que los puritanos alzan en nombre de una supuesta tradición sempiterna.

A los actores se les festeja y premia por trasladar una verdad que nadie puede certificar, una verdad ficticia y alumbradora, para cuya esencia trabajan a veces al alto coste de no saber quiénes son en ese otro mundo llamado real. La carrera de los actores no tiene una métrica predecible. A menudo los padres te consultan porque uno de sus descendientes aspira a ser actor y el mejor consejo es ahorrarte el consejo. Decía el gran Antonio Gamero que en la profesión de actor solo se pueden esperar dos cosas: o morirte de hambre o morirte de sueño. Si alguien está dispuesto a correr con ambos riesgos, el campo está abierto y delimita entre el Oscar y la ignominia. Y a veces ambas a la vez.

Los actores, de tanto ser otros, terminan por soñar que son todos. Hemos visto a la joven y talentosísima actriz canadiense Ellen Page, nominada a un Oscar por Juno con 20 años, alzarse frente a tantos legisladores que aún persiguen y castigan la inclinación sexual, y abandonar la mentira por omisión, que practica para proteger su carrera o cumplir con lo que se espera en un equivocado ideal de normalidad, salud y poder, y anunciar su homosexualidad, por si eso da fuerza a quienes sufren acoso e incomprensión. Y alguien dirá que a nadie le importa lo que diga esa muchacha fuera de la pantalla. Y tiene razón, pero he ahí la paradoja de buscar razones entre quienes persiguen emociones.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_