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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inflamable

La concesión del Mundial de fútbol a Catar para 2022 obliga a revisar las condiciones de trabajo en la luz pública si no queremos que la sombra del deporte sirva para encubrir la indignidad

David Trueba
Vista del estadio Jalifa donde se disputará el mundial.
Vista del estadio Jalifa donde se disputará el mundial.

Las noticias que llegan de Ucrania, Tailandia o Venezuela hacen evidente que la historia es una pelea perpetua por los derechos básicos, que no son aquellos que los Gobiernos dibujan como prioridad, sino aquellos otros, a veces distintos y complementarios, incluso los considerados inútiles o caprichosos, que las personas reclaman para su uso cotidiano. Puede que alguien desde el poder confunda a su favor la parte por el todo, y crea que deja satisfechos a quienes en realidad condiciona y degrada, por eso los levantamientos ciudadanos demuestran que esos atajos solo llevan al descontento en un corto o largo plazo. Sin embargo, únicamente hay una cosa peor que el ruido y el desorden, y es el silencio, ya ocultación, de los problemas. Con bastante regularidad nos llegan noticias sobre la explotación de emigrantes en los países árabes más ricos, en esas envidiadas petrodinastías del lujo. Sus condiciones de trabajo son un viaje a siglos atrás.

La concesión del Mundial de fútbol a Catar para 2022 obliga a revisar esas condiciones en la luz pública si no queremos que, una vez más, la sombra del deporte sirva para encubrir la indignidad. Según fuentes oficiales, las muertes de indios y nepalíes durante las obras de construcción de los estadios de fútbol que serán sede mundialista ya supera los varios centenares. Salarios minúsculos para esfuerzos mayúsculos, que incluyen las extenuantes jornadas de trabajo bajo unas condiciones climáticas de infierno. Todos esos infartos y fallecimientos se compensan de manera urgente con la repatriación de los cuerpos y una paga extra para las familias. Consuelo y mordaza en un mismo plan de jubilación y extinción que suena al regreso de la esclavitud si es que alguna vez desapareció del todo.

En el elaborado desprestigio de cualquier solidaridad obrera, la cultura del triunfo y el progreso individual casa muy bien con la ejemplar relevancia deportiva. Es como si hubiéramos aceptado un tremendo darwinismo social, pero adornado con medallas. Pues aunque no lo queramos escuchar, debajo de situaciones de este cariz late un drama, que tarde o temprano, vendrá a incendiar la plaza pública. Entonces correremos a explicarnos que los incendios siempre nacen de un foco de calor que se inflama hasta las llamas.

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