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Suelo

En el vaciamiento de la ficción en busca de caminos más próximos a la experiencia personal, ya no es raro encontrar a la familia real elevada al rango de la saga literaria

David Trueba

Los asuntos familiares nunca han sido tratados tan en primera persona como en los últimos tiempos. En el vaciamiento de la ficción en busca de caminos más próximos a la experiencia personal, ya no es raro encontrar a la familia real elevada al rango de la saga literaria. La fotografía siempre distinguió con su aura a la familia, quizá porque no estaba exigida por convenciones narrativas. Los retratos familiares ocuparon desde el día primero de ese soporte un salón destacado. Documento legal de carné o recuerdo de boda y reunión familiar, con el paso del tiempo, se convertían, desde el álbum o desde la pared de casa en una novela o en una película viva. Era cuestión de tiempo, pues, que cine y literatura no ignoraran ese pedazo de realidad para alzar obras sugerentes.

Si empezábamos el año reivindicando un mediometraje magnífico, Una historia de los Modlin, contada a través de fotos familiares encontradas en la basura, no está de más acabarlo con otros ejemplos soberbios. Al fin y al cabo, en la basura nos encontramos nosotros mismos tras un año de abandono y precariedad. Si Michel Gondry retrató su historia familiar en La espina en el corazón, con más habilidad para la novelización la actriz canadiense Sarah Polley narra su origen a partir del maravilloso personaje de su madre real en Historias que contamos. El oficio de relatar sabíamos que estaba al alcance de todos, pero el oficio de ser lo creíamos reservado para seres de excepción. Sin embargo, cualquiera es también un personaje si alguien lo sabe contar con talento.

Entre los clásicos diaristas, Jonas Mekas sigue en activo, y las películas familiares de David Perlov lanzan desde su hogar familiar una mirada al mundo. En la última novela de Daniel Gascón, Entresuelo, se repasa la historia de un piso en Zaragoza, que es la historia de unos abuelos y finalmente la historia de un país. España contiene guerras y erosiones suficientes para merecer algo más de atención introspectiva y menos de novela histórica para consumo rápido o partidista. La familia se desempolva como algo más que un lastre personal o nostálgico. Es también un territorio para la reinterpretación de nosotros mismos, porque nada ayuda más que conocer el suelo sobre el que pisamos.

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