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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A negro

La televisión valenciana se cerró cuando quiso ser libre. Autogestionada por los trabajadores, tardó menos aún en ser clausurada por la policía que el canal público griego

David Trueba

Hay una evidencia descorazonadora que sobresale entre los cristales rotos de la crisis. La idea de que tras la debacle se impondría una regeneración se ha esfumado. Recordamos las declaraciones rimbombantes y las promesas de refundación, pero nada ha quedado de ellas. Nadie piensa hacer las cosas mejor cuando volvamos a recuperar el crecimiento económico. Y tampoco nadie lo va a exigir. El cierre de Canal Nou alumbra sobre este decaimiento, sobre el abandono de toda esperanza de rectificación. Es curioso que media España se haya sentido ofendida porque el obispado lance un libro de consejos para la vida privada femenina titulado Cásate y sé sumisa, cuando lo cierto es que hay otro libro aplicándose de manera cierta sobre la vida pública nacional: “cállate y sé sumiso”.

Como preveíamos, la televisión valenciana se cerró cuando quiso ser libre. Autogestionada por los trabajadores, tardó menos aún en ser clausurada por la policía que el canal público griego. Ese oasis de libertad era lo verdaderamente amenazante. Nunca fue un problema urgente su deuda, su línea informativa manipulada, su zafiedad, su contratación a capricho. A negro se fue cuando era crítica, afilada y un desairado servicio público. En otros lugares, donde se anunció que se procedería al cierre, tipo Castilla-La Mancha o Madrid, al parecer sigue sirviendo al poder como el espejito de la madrastra en el cuento infantil. Y en un rizo con nuestra estupidez vocacional, se nos quiere convencer de que estos canales son inviables, innecesarios y suprimibles.

Nadie piensa en corregir los errores. Se cerrarán cuando se les vayan de las manos. Ordenarán sacrificar al perro cuando deje de lamer la mano del amo y aprenda a ladrar. Pero no iba por ahí la idea de regeneración, sino por imponer códigos de conducta, control profesional, distancia higiénica con el poder político y mecanismos de elección democrática de los gestores. Incluso ha habido un retroceso en las opciones de dotar de independencia a los canales públicos. No se permitiría arruinar y hundir la red de transporte público o de centros hospitalarios sin exigir que los responsables rindan cuentas. Tampoco nadie se conformaría con que dejaran de existir estos servicios públicos tan solo porque han sido gestionados de manera fraudulenta. ¿O sí? ¿O quizá sí?

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