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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los ex

Rajoy no ha podido aún vencer la fácil tentación de seguir utilizando la herencia recibida como justificación a las enormes contradicciones entre el discurso con el que llegó al poder y su desempeño posterior

David Trueba

Uno de los penosos hábitos de los ex consiste en ese empeño por salir bien parado en el relato de su vida pasada. Si dos ex logran llevarse bien es porque han concedido a la verdad el espacio que reservaban para su versión particular. Hace mucho tiempo que se impuso la metáfora de los jarrones chinos, que son valiosos pero nadie sabe dónde colocar, para definir el papel de los expresidentes de Gobierno. Pues tiren a la basura esa metáfora tan hermosa. Vivimos tiempos obscenos, ahora todo se hace con descaro, sin finura literaria, sin metáfora ni pudor.

Sucede mientras se celebran los dos primeros años del triunfo electoral de Mariano Rajoy. Su relato aún no es, aunque lo será algún día, el de un ex. No ha podido aún vencer la fácil tentación de seguir utilizando la herencia recibida como justificación a las enormes contradicciones entre el discurso con el que llegó al poder y su desempeño posterior. Pero los medios son proclives, ahora, a festejar las perspectivas económicas, con la misma ingravidez con que antes aumentaban el dramatismo y contribuían al catastrofismo. Vamos camino de elecciones, por eso importa y mucho variar el estado de ánimo nacional.

Rajoy defiende su relato porque está en marcha. Cifra en salir de la crisis el éxito de su desconcertante cambio de paradigma. Es más grave que Zapatero y Solbes anden en un intercambio de exculpaciones, como si ganar el pasado fuera ganar otras elecciones. Felipe González ha abierto un centro de estudios propio, por si los demás no le estudian bien. A Suárez son los otros, que siempre salen favorecidos, quienes le reviven la memoria que él perdió. Aznar eligió el camino de Álvaro Uribe en Colombia, el lado duro de los ex cabreados, seguro de que él aplicaría la doctrina Parot hasta a Artur Mas. George W. Bush fue al programa de Jay Leno para decir que no le gusta criticar a sus sucesores. Vertió ingentes cantidades de fondos públicos en empresas privadas de sectores que le resultaban cercanos y familiares. Sabe que sobran las palabras, que se puede perder la batalla de la opinión pública si se ganan por goleada las que de verdad importan. Una vez más, el supuesto tonto es el más inteligente.

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