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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El saludo

El apretón de manos de Rajoy y Aznar resultó tan distante que parece evidente que ya no hay otro arreglo que el olvido

Juan Cruz

Larra lo dijo. Este país saluda demasiado. Entre lo demasiado y lo correcto está la exactitud. El término medio lo exageró Aznar el otro día cuando saludó a Rajoy frente a otras autoridades. Ante Zapatero, el presidente del Gobierno pareció hablar de fútbol, y reían mucho el madridista (Rajoy) y el culé (Zapatero). Luego Rajoy fue dando manos y los demás reían como si aún durara el chiste del fútbol. Hasta que llegó a Aznar, que lo propuso como su sucesor y con el que ahora se lleva fatal. Esto de que ambos se llevan fatal lo sabemos porque lo cuentan, pero nunca lo habíamos visto tan a las claras. Yo, al menos, lo vi en El intermedio de laSexta, y me quedé helado al ver que dos seres se miran así, sin poder verse. Ese apretón de manos resultó tan distante que me parece evidente que ya no tiene otro arreglo que el olvido.

En ese saludo se pusieron en juego algunas claves del lenguaje corporal que en la pantalla adquiere el aire de duelo en la alta sierra. En la entrevista (buena, me pareció, dadas las circunstancias) que Susanna Griso le hizo al ex más ex de todos en Antena 3 resultó abrumadora esa antipatía que ahora siente Aznar por su antiguo ministro. Le puso condiciones: si dices que llueve no me gustas, pero si dices que este país no se rompe entonces ya me gustas. A un amigo tú no le pones condiciones: que diga lo que quiera.

En esa expresión de su disgusto está la clave de la arrogancia de Aznar. Como otras personalidades (Cela o Fraga), él exhibe antes que nada su antipatía como un valor, para que el entrevistador sepa que lo próximo puede ser un exabrupto. Pensé que a Griso le iba a pasar, pero se libró, y yo sentí cierto alivio, la verdad. Pero lo que me heló la sangre fue el saludo. El otro día le dijeron algunas inconveniencias mezquinas al alcalde de Bilbao, porque él, aquejado de una grave enfermedad, no iba a la alcaldía. Cuando se encontró luego a uno de esos desconsiderados, Azkuna le dijo: “Pero, hombre, ¿es que no me vas a saludar?”. Es que un saludo como Dios manda no se le hurta a nadie. A Aznar ese apretón de manos a Rajoy le tendrá que remorder en la conciencia.

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