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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El honor

La clase política proclama que es su bien más preciado y que se querellará contra todos los infames enemigos que cuestionen su honor

Carlos Boyero

Nunca he tenido muy claro en qué consiste esa cosa tan enfática del honor, tal vez por no poseerlo, por no haber degustado su sabor, su olor y su textura, pero deduzco que debe de ser algo tan necesario como embriagador cuando desde tiempos ancestrales la gente ofrece su vida o se la quita al prójimo por defenderlo, porque este ha sufrido afrenta, duda o calumnia. Tuvo gran protagonismo en el medievo, en el teatro rancio, en el melodrama con afán de trascendencia, en las historias de santos y de mártires. Imagino que el honor debe de ser la propiedad moral más insigne, un tesoro a perpetuidad, un pasaporte directo al cielo, la rehostia.

La Mafia, una de las sociedades mejor organizadas y más productivas del universo, lo que más valora no es el dinero, sino el honor. Por ello, sus miembros se autodefinen como “hombres de honor” y ¡ay! de aquellos que intenten agraviar a esa virtud que conceden los dioses a la gente que es digna de ella. O sea, roban, extorsionan, asesinan, estafan, trafican y corrom-pen con la indispensable compañía del bendito honor.

Los refranes convencionales aseguraban que no hay honor entre los bandidos. Mentira. Es el motor de su existencia. Y no solo la Mafia es la defensora y la abanderada de ese etéreo aunque indispensable concepto. La clase política proclama que es su bien más preciado y que se querellará contra todos los infames enemigos que cuestionen su honor. Da igual que su conducta exhale el tufo inconfundible del saqueo generalizado y de aquel axioma tan popular de “a pillar, a pillar, que son dos días”. Que el pueblo llano, influido por las difamaciones del quinto poder (otro que también se tira el rollo del honor, la independencia y la infatigable búsqueda de la verdad), esté barruntando su culpabilidad, puede pasar, pero que nadie se atreva a vulnerar su honor.

Cospedal valora enormemente el suyo. Por ello ha demandado a la única manzana podrida de ese honorable partido en el que milagrosamente no hay malvados. A cambio tiene que oír de Bárcenas una réplica que firmaría Capone: “Es mi mano la que le entrega el sobre”. Y el partido mosqueado con la dama por remover la cloaca en nombre del honor. Qué alivio el mío por no tenerlo.

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