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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Candelabro

El éxito de la emisión de 'Behind the Candelabra' en HBO, aquí en Canal +, ha despertado de nuevo las exageraciones un poco irrelevantes de que vivimos en la edad de oro de la televisión

David Trueba

El éxito de la emisión de Behind the Candelabra en HBO, aquí en Canal +, ha despertado de nuevo las exageraciones un poco irrelevantes de que vivimos en la edad de oro de la televisión. Uno nunca sabe dónde estaban quienes afirman algo así cuando se fabricaban con regularidad productos como Enredo, los Muppets o Hill Street Blues sin que a nadie se le ocurriera relacionar la televisión con el oro. Pero sin duda la elección de la película para participar en el Festival de Cannes fue una hazaña quizá solo al alcance de Steven Soderberg, un director mimado por el festival desde que lo ganara con su ópera prima Sexo, mentiras y cintas de vídeo.

La película cuenta la peripecia sentimental de un joven amante de Liberace, grandioso ejemplar del entertainment norteamericano, que colocó el piano en espacios reservados a cantantes metódicos, envuelto en trajes iridiscentes y una parafernalia asombrosa donde el candelabro apoyado sobre el lomo terso del piano de cola coronaba una declaración de intenciones que una niña española definió para siempre con un escueto “antes muerta que sencilla”. La gozosa recreación de Matt Damon y Michael Douglas, exprimiendo su disfraz a conciencia, no basta para sobreponerse al agotamiento que genera la anécdota. Liberace, como Elvis o Michael Jackson, también fue un enigma sexual y psicotrópico, encerrado en su propia jaula de oro, en otro Xanadú mas grande que la vida.

Habitual de los programas de tele, Liberace es retratado por Soderberg como un producto solo posible en los tiempos antes del sida y las webs de cotilleos. No es Sunset Boulevard, pero sí un comentario rabioso sobre la explosión de la cirugía estética y las anfetaminas. Y aparte de resultar un enternecedor canto de admiración hacia cualquier persona que resiste e insiste en un estilo propio, deja asomar a dos personajes imprescindibles, la madre y el agente, interpretados con genial economía, por Debbie Reynolds y Dan Ayrkroid. Los cuatro se hartarán de ganar premios cuando comience la temporada de galardones. Pero Liberace, una personalidad de telefilme, hubiera estado feliz de ver cómo el argumento de su vida trasciende el formato. Él inventó su propia edad de oro, sin esperar a que nadie se la concediera.

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