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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sobras

Para llegar a cerrar los canales públicos basta una estrategia combinada entre la austeridad y el discurso utilitarista

David Trueba
Protestas por el cierre de la televisión pública griega
Protestas por el cierre de la televisión pública griega

El cierre de la radiotelevisión pública griega se produjo por sorpresa y a pocos minutos de la medianoche. El cese de las emisiones propició un negro intenso en las pantallas, el silencio de las radios estatales y la retirada de las páginas en internet. Algunas poblaciones del país quedaron sin señal, pues la única que recibían era la institucional, ajenas las cadenas privadas a su orografía complicada. En ciertos lugares fronterizos tan solo disponían de cadenas en turco, detalle que en otro tiempo hubiera sido considerado un agravio al patriotismo, tan útil en otros momentos históricos y que ahora es un incómodo recordatorio. Pero ya nada es lo que era y el nuevo diseño de Europa permite que se reciba con cierta normalidad un acto tan simbólico.

Para llegar a cerrar los canales públicos basta una estrategia combinada entre la austeridad y el discurso utilitarista, que convence a la población de que cualquier servicio público es superfluo y corrupto. Puede que la radiotelevisión griega estuviera inflada de personal y padeciera una gestión nefasta, pero forma parte de las instituciones del estado y bajo las mismas excusas podría cerrarse mañana el Parlamento o los ministerios públicos y nos echaríamos las manos a la cabeza. Entre tanto estratega de la austeridad, lo que se esconde de verdad es un modelo de país tan peligroso como dañino, que niega el derecho colectivo a principios básicos e igualitarios. La educación, la sanidad, el transporte y la información forman una escalera esencial de la que un país no se puede desentender para rendirse al negocio.

Es fácil entender que las cadenas públicas necesiten más personal y medios que las privadas. Basta pararse a pensar que un apreciable esfuerzo informativo requiere enviados especiales, subsedes y medios técnicos. Claro, es mucho más barato hacer tertulias sobre el corazón, emitir señales precocinadas de eventos deportivos o retransmitir la convivencia de unos jóvenes dopados en una casa aislada. Contribuir a la información, la investigación, la cultura y la igualdad requiere dinero. Por eso tras el cierre no hay más que otro episodio de la degradación continental, un pasito más en la aceptación de que no nos merecemos nada, que somos costosos y superfluos. Estamos de sobra en un negocio perfecto.

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