Un cantautor trabaja en grupo
El célebre artista sueco de folk José González retoma Junip, su banda de juventud
Cuando José González era niño no sobraba la comida en su casa, y eso marca. “En mi primera gira por Estados Unidos engordé. Las raciones allí son enormes y me enseñaron que no se deja nada en el plato”, recuerda en un restaurante madrileño, preocupado por si va a sobrar fideuá del almuerzo del día de promoción del segundo disco de Junip, su trío con Elías Araya y Tobias Winterkorn.
A pesar de su nombre, su aspecto y el acento argentino con el que habla en un correcto español, González es sueco. Sus padres escaparon con su hermana, que tenía dos años, de Buenos Aires a Brasil tras el golpe militar de 1976. “La embajada de Suecia les ayudó. Se mudaron a Gotemburgo y allí, ya contentos, me hicieron a mí". González nace en 1978; un año después lo hizo su hermano pequeño, el otro nórdico de la familia. “La verdad es que no suelo reflexionar demasiado sobre el hecho de estar entre dos culturas. Nací en Suecia, el sueco es mi primer idioma, he crecido en la cultura sueca. Aunque no considero eso algo super importante. Tan parte de mí es el idioma como el mate o el asado.Viajo mucho a Argentina, para tocar, o para visitar a mi padre que ahora vive en Catamarca. Pero podría vivir en Australia sin sentirme un alien”.
Se inició en la escena hardcore. “Elías y yo nos conocemos desde los siete años y tocamos juntos desde los 14. Él, la batería; yo, el bajo. Éramos malísimos. Montamos un grupo y estuvimos cinco años, pero nos cansamos del ruido. En 1998 formamos Junip con Tobias, que estaba en un grupo punk. La idea era tocar las canciones que yo escribía”. Porque el joven punk tenía más intereses. “Tocaba la guitarra clásica y componía canciones al estilo de Silvio Rodríguez. Hacía skate y oía hardcore, pero en casa tocaba temas más blandos”.
La música fue un hobby hasta 2003. “La posibilidad de profesionalizarme llegó cuando ya no lo buscaba. De joven, con el grupo, pensábamos que podríamos llegar a algo, pero no pasaba nada y seguía estudiando. Cuando solté el primer disco, ya me había olvidado de ese sueño”. Se tituló en biología molecular y dedicó 18 meses al doctorado. “Llegué a la mitad. Estudiaba la replicación de los virus del herpes. Pero lo dejé. No me gustaba estar todo el día en un laboratorio a 5 grados”.
Pudo dejarlo gracias a Veneer, su debut, un disco grabado en su casa, tocando él todo. Una voz calma, en inglés, y guitarras arpegiadas. “Fue al segundo puesto de las listas suecas. Y di el salto. En 2005 fue la edición internacional. Pasó lo que pasó y empezaron a llegar ofertas para tocar en Europa, EE UU, Australia...”.
“Lo que pasó” fue que su versión de Heartbeats, un tema de sus compatriotas The Knife, fue elegido como banda sonora de una campaña publicitaria. Quizá lo recuerden, 75.000 pelotas de colores que caían por una cuesta en San Francisco. “Fue raro. Nunca he sentido la necesidad de ser el centro de atención. Además, el disco ya era antiguo. Fue muy lindo, pero al final me cansó. Estar de gira solo, viajar solo… de repente tienes una sensación… rara. Se vuelve un automatismo. Necesitaba hacer música con otra gente”.
La versión de 'Heartbeats' que hizo mundialmente famoso a Gonzalez.
Entonces retoma Junip, algo muy distinto de su trabajo en solitario. Más grandioso y atmosférico, basado en la improvisación, con Araya a la batería y Winterkorn a los teclados. “Tenemos un local de ensayo con micrófonos. Hacemos jams que grabamos y las trabajamos. El proceso que puede durar meses. Somos muy lentos”. En 2010 editan Fields, su debut. Ahora esta continuación homónima. “Mi plan era editar mi próximo disco en otoño, pero no podré. Junip y la banda sonora del próximo filme de Ben Stiller me han ocupado mucho tiempo”.
Ha entrado en Hollywood con The secret life of Walter Mitty. “Le dieron una lista de canciones y le gusto la mia. Es la primera vez que hago una película. Leí el guion, fui a su casa y después trabajé en Los Ángeles. No sé como ha quedado, han cambiado 20 veces de idea”. Hay que terminar, espera otra cita. Efectivamente, ha sobrado fideuá. Y González pide un tupper, “para la cena”.
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