A dieta
De ser cierto que los expresidentes de gobierno son nostálgicos de por vida, seguramente Rodríguez Zapatero encargó el pasado viernes, día del tradicional desfile militar, a un grupo de amigos que se acercaran por su casa para abuchearle. Puede que se lo pidiera a alguna tuna leonesa, que aunque acostumbrada a rondar a las mozas, también conoce las artes del abucheo.
En los siete años de presidente no falló la pitada ni una vez. Por supuesto, los asistentes ya no tenían razones para abuchear a Rajoy. La economía va viento en popa, los terroristas no ocupan las instituciones tras un pacto oscuro y traicionero con el gobierno, los gays no amenazan a la familia tradicional y cualquier tentación separatista que rompa España ha sido reconvenida.
Quienes silbaban a Zapatero en cada fiesta nacional entendían la patria como una propiedad. Esto es un defecto compartido. Porque detrás del sectarismo y la incapacidad para tolerar al otro se esconde un acerado sentido de la propiedad. Aunque hasta ahora ningún partido haya elegido como lema electoral un evidente: Dame lo que es mío.
El desfile militar más austero de esta España a dieta coincidió con el partido de La Roja en Bielorrusia, que en una situación sin precedentes no sería televisado. En España todo vuelve, hasta la tuberculosis y los niños con tarteras, así que nos pegamos al transistor. Pero los locutores se quedaron en los hoteles de Minsk para ver el partido por la tele local, que emitía el encuentro en abierto. Los intermediarios de derechos del fútbol exigieron a las emisoras españolas un dinero escandaloso.
Y así se termina la historia del fútbol como interés general. Hecha la ley por un ministro para perjudicar a un grupo mediático. El mismo ministro que alumbró la separación catalana, porque su Ave de Madrid a Barcelona no llegaba jamás pese al sobrecoste que pagamos. Puede que la burbuja del fútbol, que comienza en los derechos televisivos una cadena inacabable, haya elegido a la maravillosa selección de Del Bosque como primer ejemplo para hacernos entender que no importa la calidad de juego, la pasión nacional ni los colores patrios, sino solo el dinero.
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