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Columna
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Loas

David Trueba

Decía nuestro admirado Juan Luis Galiardo cuando recogió su Goya de Honor ficticio que a menudo en España los premios no son reconocimientos a uno, sino castigos a los demás. En el caso de Esperanza Aguirre mucho elogio desmedido en su retiro respondía al cálculo de herir a Rajoy en la comparación. Pero Rajoy asume el desprecio de ciertos barones con elegancia y sin romper la unidad aparente de su partido.

Aguirre ha proseguido la línea que correspondió a Suárez y Maragall, machacados hasta que los atrapa una dura enfermedad. La ley es así, la crueldad solo se aplaca ante una crueldad mayor. Aguirre se despidió con tres aspavientos anti-Rajoy. Insumisa ante Educación por querer nombrar a dedo profesores extranjeros, presta a saltarse normas por lograr supuestos cientos de miles de infrapuestos de trabajo en Eurovegas y presionando para que las autoridades dictaran contra la legalidad en el caso de un etarra enfermo terminal.

Elogios no pueden faltar a una dirigente directa, clara, cercana y popular. Lástima que sus amplísimas mayorías absolutas no fueran utilizadas para disminuir las desigualdades entre madrileños ricos y pobres sino para aumentarlas, como indican datos elocuentes. Quien afirma lo contrario observa la ciudad desde restaurantes de lujo y no desde desbordados comedores sociales o rincones abarrotados de personas sin hogar. Ceder terrenos comunales de manera gratuita a colegios privados religiosos, la batalla entre afines por el control de Caja Madrid, que solo sirvió para propiciar la quiebra, o alentar un sumario falso contra los doctores del Severo Ochoa quedarán como ejemplos del peor intervencionismo, tan lejano a su espíritu liberal en tantas otras cosas.

El acierto de traer a alguien libre como Albert Boadella para dirigir el teatro del Canal no se vio complementado con la misma actitud en la televisión. Concesiones a dedo entre afines se suman a Telemadrid, que representa la desolación de técnicos y espectadores ante la gran televisión que los madrileños podrían haber tenido y la realidad de una empresa quebrada a la que se hurtó de su finalidad esencial para dedicarla a la campaña perpetua. Esa batalla que Esperanza ganó por goleada. Ojalá a su sucesor no le ciegue el cariño y corrija lo peor de un mandato con tantas posibilidades.

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