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OPINIÓN
Columna
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Las afueras

Juan Cruz

Que el presidente de la Generalitat haya elegido irse fuera de La Moncloa para ofrecer su rueda de prensa posterior a la reunión que tuvo con el presidente del Gobierno merece cierta reflexión estética.

Resulta evidente, aunque no se haya subrayado demasiado, que el presidente catalán no quería aparecer detrás de un letrero que aludiera al hecho de que estaba en territorio del Gobierno de España, donde estaba de visita.

Prefirió Mas trasladarse a la sede madrileña de la Generalitat para ofrecer desde allí su valoración de lo que había sucedido intramuros del territorio en el que lo había recibido su anfitrión. Dicen los comentaristas políticos que el guion de ese encuentro estaba ya escrito, tanto en un lado como en el otro de aquellos sofás inmaculados en los que los políticos (el local y el visitante) gesticulaban para beneficio de los fotógrafos.

Esta vez esa gesticulación parecía tan importante que hasta los periódicos (este también) contaron someramente lo que también someramente fue objeto de ese small talk de ambos contertulios. Hablaron, dijeron los que los escucharon, de las vacaciones que ambos habían disfrutado el último verano. Luego forcejearon durante dos horas, y acabado este coloquio en el que, al parecer, cada uno dijo lo que ya se sabía que iba a decir, el señor Mas abandonó al señor Rajoy a su suerte y fue a instalarse en territorio propio, en su embajada.

A mí me pareció francamente un exceso ese desplazamiento, y en todo caso un agravio comparativo. Porque, independientemente de las distancias que nos separan de Finlandia (con respecto a Madrid y con respecto a Barcelona), es bien cierto que el primer ministro finlandés no tuvo escrúpulo en servir a los periodistas con sus opiniones desde el palacio de la Moncloa cuando estuvo aquí hace unos días, en lugar de irse a la Embajada finesa.

¿Por qué Mas no quiso esos servicios? Viendo por la tele todos estos tejemanejes de la política, resulta evidente que Mas quería decir mucho más con esa excursión a las afueras de La Moncloa que lo que en definitiva dijo cuando rompió a hablar. Manca finezza. Ahora es cuando más hace falta aquí lo que Andreotti echaba de menos en la política española. Menos solemnidad, más finura.

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