Celofán
Es saludable ver en la Red la ocupación de los trabajadores del plató de la Televisión Valenciana. La noticia del ERE que afecta a su plantilla viene envuelta en un celofán interesado. No hacían falta dos carísimas auditorías contables para descifrar cuáles eran los problemas de Canal 9. Su deuda y su implantación social hablan por sí solas. Pero es bueno que los trabajadores reivindiquen su prestigio y su calidad, porque van a pagar ellos los pecados de sus responsables. Es fácil destruir algo cuando lo has humillado, viciado y manipulado. La operación de salvamento de ese canal y otros en autonomías distintas pasa por emprender una reforma de sus nombramientos directivos, dejar entrar la democracia y la profesionalidad, permitir que existan televisiones de servicio público y no enmarañar lo que es una necesidad democrática con un oportunista lavado de cara financiero a décadas de corrupción.
A finales de los ochenta, los que frecuentábamos la Mostra del Cine del Mediterráneo en Valencia para conocer y escuchar de cerca a directores como Theo Angelopoulos o Emir Kusturica, vimos levantarse en Burjassot la televisión local como una rutilante oportunidad para las vocaciones audiovisuales. Ya no hay Mostra y la televisión hace tiempo que perdió su impulso juvenil, su inocencia y su rutilancia. Anoten cómo la televisión ocupa un lugar destacado en los mecanismos de corrupción que han hecho naufragar España. En Mallorca acaban de condenar a Matas y Munar por desvío de fondos en productoras, periodistas, tejemanejes. En Valencia, hasta la visita del Papa fue una oportunidad para forrar a empresas coaligadas al poder político que se disfrazaron de servicios audiovisuales. Y la lista es continua, no hay corrupto que no hocicara en terreno televisivo para dar con su trufa rentable.
En ese celofán va envuelta la noticia. Sanear un canal no es tan solo echar a la calle a quienes fueron salpicados por años de contrataciones turbias y prácticas fraudulentas. Sanear es atacar el tumor que ha hundido el canal y está hundiendo el país. La reforma que España necesita no consiste en desesperar al trabajador, sino en permitir de una vez que se administren democráticamente sus instituciones colectivas y librarles de la losa insoportable de la corrupción siempre al mando del barco a la deriva.
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