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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Soy demócrata y nazi

"Mi asco ancestral se llaman políticos, banqueros, jueces, esos miserables que gobiernan el planeta"

Carlos Boyero

Tenía arte en los pies y en la cabeza. Personificaba los conceptos de la elegancia, el estilo y la bondad. Y una pinta acojonante, de héroe con un punto inquietante. Era un futbolista genial y parecía un individuo modélico. En el último partido de su vida, en la final del Mundial, cuando sabe que la historia de Francia le juzgará en función del triunfo o del fracaso, este hombre tranquilo le sacude un cabezazo a un killer gigante, con carnet de futbolista, que se llama Materazzi, el abusón que zurra al más débil de la clase porque le gusta exhibir su poder. Y eso lo prolonga en su profesionalidad. El agresor se llama Zidane. Posteriormente, ese irresponsable que ha sufrido vértigo contará que esa reacción salvaje se debió a que Materazzi le sopló venenosamente al oído que su hermana era puta. No me creo el poder de una ofensa tan vulgar para un hombre curtido en todos los insultos. Imagino que fue algo peor lo que rompió los nervios de mi ídolo. Pero juro, y que me encarcelen por ello, que la violencia del irreprochable contra ese bastión de lo abyecto, del todo vale a cambio de ganar, de la vida exige más cojones que pensamiento, me pegó un subidón importante. Y dije, aunque no se lo confesé a nadie, eres mi dios, Zidane, y voy a despedirme de este mundo haciendo lo mismo.

Mi rival no es Materazzi. Mi asco ancestral, mucho antes de que los ejecutores y cómplices se rescataran a costa de la desgracia de los demás, se llaman políticos, banqueros, jueces, esos miserables que gobiernan el planeta. Pero cómo entiendo a Zidane, despidiéndose de forma tan infantil y deshonrosa.

Siendo tan violento y jacobino, veo imágenes de la televisión griega en las que el representante de los nazis, tan populares ellos en Europa cuando los liberales se autodefinen como demócratas, infla a hostias en un debate a su izquierdista interlocutora. Imagino lo que puede hacer este pavo rapado en un callejón con un inmigrante, un negro, un maricón. “A las armas, ciudadanos” exigía la Marsellesa. “Esta guitarra sirve para matar fascistas”, rugía Guthrie. Soñar no cuesta dinero.

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