Paul Simon vuelve al cielo africano
Canal + 1 emite 'Under african skies', el documental que desvela los entresijos de la grabación de 'Graceland’, un disco que pudo con el ‘apartheid’
Hay historias que cuentan con los ingredientes perfectos para capturar el corazón del espectador y esta película es una de ellas. Under african Skies —el documental que hoy (18.25) emite Canal+ 1— es una magnífica mezcla de intriga, reconciliación, villanos, héroes, amor, odio, aprendizaje, compañerismo y presuntas traiciones que celebra el 25 aniversario del lanzamiento de Graceland (1986) uno de esos discos que pasará a la historia por lograr cambiar, al menos, alguna esquina de la música popular para siempre. Supuso no solo el mayor éxito comercial de su autor, Paul Simon; también colocó el foco sobre los sonidos de África como ningún otro músico de consumo masivo había logrado hasta entonces.
En 1985 Johanesburgo era una ciudad asolada por el miedo, la violencia y el odio. Mandela seguía en la cárcel y De Klerk presidía y alimentaba un régimen basado en el racismo radical. “Enseguida me intimidó la tensión racial. No estaba preparado para lo que se respiraba en el aire”, recuerda Simon con la perspectiva que le ofrece regresar a la capital sudafricana por primera vez en un cuarto de siglo. En Under african skies (bajo los cielos africanos) se muestran los choques entre policías blancos y manifestantes negros que solían dejar cadáveres en las calles. Los garantes del apartheid disparaban con fuego real y eran los negros quienes terminaban cubiertos por sábanas blancas tirados en caminos sin asfaltar entre un ruido de humo gris, llamas, gritos y desorden.
Mientras, en un estudio de grabación, Paul Simon tocaba sin descanso con un nutrido grupo de músicos africanos. “Fue como volver a la escuela”, recuerda Bakithi Kumalo, el bajista de Graceland entrevistado días antes del concierto de aniversario que ofrecieron Simon y los interpretes originales del disco en julio de 2011 en Johanesburgo. En aquel estudio se habían unido dos mundos que se desconocían por completo. Los africanos veían a Simon como un tipo con botas de vaquero del que no tenían muy claro qué demonios se proponía, mientras que el neoyorquino y su equipo se asombraban con la extrema timidez y la versatilidad de unos músicos distintos y embriagadores que bailaban como locos mientras tocaban. Se divertían. Y mucho. Y ambos continentes trabajaron durante 12 días bajo la batuta del cantautor en la más estricta técnica de ensayo y error con la vista puesta en fusionarse. Pop y África en la misma ecuación.
Pero aquella unión también era una bomba. Sudáfrica vivía el momento más duro de la segregación racial. Tanto que Naciones Unidas decretó sanciones económicas contra De Klerk. Medidas como un embargo petrolífero y un férreo boicot deportivo y cultural contra el país. Paul Simon, se lo saltó a la torera con la ayuda y la complicidad de los músicos locales. “Le dijimos a los artistas del mundo: ‘vuestra forma de apoyarnos reside, precisamente, en no participar de ninguna forma”, explica en el filme el fundador de Artist Against Apartheid (Artistas contra el Apartheid). Y será precisamente con él con quien Simon salde cuentas a sus 71 años. Ambos sentados en el mismo sofá se contarán, al paso de los años, sus historias personales escondidas detrás de un Graceland que puesto en la picota del colaboracionismo, finalmente, superó todas las barreras.
Desde que una cinta blanca con una pegatina roja en la que había grabada música de los Boyoyo Boys llegó a manos de Paul Simon, el músico supo que no habría boicot capaz de neutralizar el magnetismo que sentía por aquellos sonidos. Tenía que ir a Sudáfrica a trabajar con los hombres y mujeres capaces de fabricar aquellos ritmos.
Los jefazos de Warner le ofrecieron los mejores músicos para grabar lo mismo en Nueva York, pero no hubo forma. Así que una vez en Sudáfrica, trataron de unir los dos mundos con una discreción absoluta, en la que mucho tuvieron mucho que ver el estadounidense Hilton Rosenthal y el africano Koloi Lebona, ambos productores musicales. “Era plenamente consciente de que había un boicot. Pero también de que nuestra música siempre había sido considerada tercermundista y cuando Paul Simon llegó a Sudáfrica oculté deliberadamente el riesgo que suponía su visita. Aquello era una oportunidad entre un millón”, afirma Lebona.
Simon volvió a Nueva York y comenzó un trabajo durísimo de edición de todo el material que se había traído del otro lado del charco. El disco necesitaba claros retoques y entonces sí que se negó a volver a la asfixiante atmósfera sudafricana. Invitó a los músicos a su ciudad y comprobó cómo continuaba habiendo hombres en el mundo que preguntaban por un permiso para negros como salvoconducto para visitar Central Park. También grabó en Abbey Road con Ladysmith Black Mambazo (que tras Graceland se convirtieron en el grupo con el que 'todo el mundo' quería colaborar.
Por el objetivo de los directores de Under african skies pasan personajes como el arcordeonista Forere Motloheloa o Lulu Masilela y Jonhjon Mkhalali que podrían ser protagonistas de un documental en sí mismos. También el Paul Simon poeta que experimenta serias dificultades para escribir sus increíbles letras sobre su nuevo sonido. Pero sobre todo, el alma de Graceland que desde entonces ya no es sólo el nombre de la casa de Elvis, también la palabra mágica que resuena ahora en libertad bajo los cielos de África
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