'Forbrydelsen': el sueño de una ficción exportable
Nikolaj Coster-Waldau es un tipo bastante risueño conocido por su papel de Jamie Lannister (villano donde los haya) en Juego de tronos. En las entrevistas que concedía en Londres para promocionar la serie de HBO había algo que siempre lograba “colar” y es su admiración por Forbrydelsen (y también por Borgen). Que un país tan pequeño como Dinamarca tuviera un ficción tan potente y vendible no era fácil de comprender, decía Coster-Waldau, que –sin embargo- tenía muy clara la respuesta: “Somos un país pequeño, no podemos aspirar a firmar productos con presupuestos descomunales pero podemos hacer cosas pequeñas, como nosotros, y hacerlas lo mejor que sepamos”. A lo mejor alguien en nuestro país podría tomar nota, no en vano hablamos de dos series que se han vendido a todo el mundo y una (Forbrydelsen) que por tener tiene hasta un remake al otro lado del Atlántico, en la Meca de las series.
Para aquellos/as que no lo hayan adivinado Forbrydelsen es el título original de The killing, la buena, la danesa. No es que la otra sea mala (aunque los mandobles que le están cayendo encima apenas iniciada la segunda temporada) es que simplemente no es Forbrydelsen. Solo faltaba que a la ínclita Veena Sud, que se arrogó el título de creadora cuando su única aportación al original llegó del lado de la estética ya que desde un punto de vista narrativo no había más leña que cortar: se calcó el esquema primigenio danés y listos (eso sí, mareando la perdiz todo lo posible y un poco más). La arrogancia de la señora sigue de manifiesto (aunque ha “concedido” a la audiencia que puedan conocer el nombre del culpable al final de su segunda temporada) y son pocos los que apuestan por una tercera temporada de la serie.
AXN (dial 22 de Canal +) está emitiendo desde hace unas semanas la segunda entrega del original danés y no está mal aprovechar la excusa para reflexionar sobre las virtudes y los defectos que la han convertido en una de las mejores series de los últimos años.
Para empezar digamos que en las tripas de The killing solo hay una pieza imprescindible: su nombre es Sofie Grabol y en ella vive todo lo que un televidente necesita para sonreír. Grabol (que interpreta a Sarah Lund) es carismática, atractiva a su manera (no por su aspecto físico sino porque su personaje está pensado para matar cualquier tipo de sex-appeal), sólida como una roca y capaz de clavar al espectador con lo que a priori parecería un arco emocional menor. Es decir, que la señora parece sentir empatía solo por las víctimas, básicamente porque estas ya no respiran y no pueden molestarla. Su vida sentimental es inexistente (en la primera temporada tenía un novio que tomó las de Villadiego cuando advirtió que aquella señora de quijada granítica disfrutaba más viendo fotos de la escena de un crimen que metiéndose en la cama con él) y su único interés reside en disfrutar de una especie de síndrome del buzo, aquel que solo disfruta metiéndose hasta el cuello en el agua. El agua de Grabol son los casos policiales, cuanto más complejos mejor. Allí se mueve con el cerebro de un zorro y la gracia de un elefante, ya que a este Sherlock Holmes de jersey raído y modales discutibles no le gustan los jefes, los burócratas o los políticos; por no gustarle no le gustan ni los otros policías.
En la segunda temporada de The killing, la investigadora está dirigiendo el tráfico en un pueblucho perdido cuando su ex jefe se ve obligado a traerla de vuelta al mundo de los vivos. El caso, un asesino en serie con lo que parece ser una conexión terrorista, resultará familiar a los que hayan seguido la actualidad del país vecino, aunque en esta serie nada es lo que parece.
En las virtudes apuntemos la concisión, el impecable trabajo de fotografía, dirección y diseño de producción y la química entre jefazo y empleada. En los defectos un guion algo emborronado (definitivamente inferior al de la memorable primera temporada) y unos secundarios –especialmente aquellos que escenifican el poder político- muy por debajo de los magníficos actores de la entrega anterior.
Aun así, The killing tiene tal fuerza narrativa que cabe tragárselo todo sin más remordimiento que el que causa mirar a veces a otra parte y pensar que con tanto mérito suelto no le buscar uno los tres pies al gato.
Como ejercicio televisivo de género negro la primera temporada de la serie está entre las cinco mejores de la historia sin lugar a dudas… con una tercera temporada en camino y una actriz tan potente al frente (aprovecho la ocasión para confesar mi admiración por la maravillosa Mireille Enos, protagonista de la citada adaptación estadounidense) The killing seguirá dando batalla global en nombre de la ficción europea. Ahora que nuestros primos ingleses nos han dejado atrás (el que tenga dudas que eché un vistazo a Black mirror) quizás deberíamos seguir la estela danesa.
O no.
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