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Columna
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Sobera

David Trueba

A muchos la reforma laboral les parece una hueca estrategia para rebajar los derechos laborales, reducir plantillas y rebajar salarios. Si es así, feliciten a los diseñadores, porque el pánico del desempleo y el pavor de la crisis están imponiendo como recetas los sueños más húmedos del primer capitalismo. Pero si alguien se suda el salario es Carlos Sobera al frente de Atrapa un millón en Antena 3. Realiza con precisión una tarea doble. Dota de tensión a un concurso que se alarga artificialmente, con tan solo un concursante por día que elige dónde colocar sus fajos de billetes para verlos desaparecer a medida que duda o yerra.

En el concurso que le precede, Ahora caigo, no es el dinero el que se precipita a un agujero sin fondo, sino los propios concursantes. Espacio de una crueldad divertida, se contamina del espíritu anarco juerguista de Arturo Valls, que tiene algo de la escuela de superviviente inteligente de Pablo Carbonell. Últimamente los concursos triunfan en la televisión. Como la lotería y las apuestas ofrecen a las víctimas de la crisis un rincón para la fe. Es tremendo cuando los mandan a casa con las manos vacías y de regalo un juego de mesa del propio concurso. Cualquier día va a suceder una desgracia con algún concursante irascible. La pericia de los presentadores es notable para transmitir relajación y buen rollo.

Lo de Sobera tendría que estudiarse en escuelas de arte dramático. Más allá del circo en las cejas que le hizo famoso con otro teleartificio para captar aspirantes a millonarios, destila habilidad para alargar la tensión entre respuesta del concursante y resultado final. Su capacidad, emparentada con la vasquidad entrañable de Arguiñano, para comentar, traer anécdotas de la vida cotidiana y hasta obligar a los concursantes a mostrarse como realmente son, lo hacen insustituible. Solo las tablas de este antiguo profesor de Deusto y agitador del teatro universitario le permiten cargarse a las espaldas un programa lleno de paja y relleno, que convierte lo que sería una competición de un cuarto de hora en un tenso proceso de ruina de más de una hora. Quizá la crisis contada por Sobera fuera más soportable que esta loca carrera hacia la desigualdad social, que dicen que es lo que Dios manda.

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