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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Monopolio

David Trueba

¿Es el ministro Gallardón más de derechas que el alcalde Gallardón? Esta pregunta, formulada de manera transparente al propio protagonista por una periodista de este periódico, se corresponde con una duda cierta que planea por la calle. El mito de Jeckyll y Hyde nos mostró que toda acción obedece a dos impulsos. Gallardón, en su corta andadura como ministro de Justicia, parece más bien el tenaz pastor que interpretaba Robert Mitchum en La noche del cazador. El personaje inmortal interpretaba los dos polos escenificando la lucha entre los dedos de cada mano. En una estaba escrita la palabra Amor, en la otra, Odio.

La respuesta de Gallardón convocó el discurso tópico de que la izquierda se considera dueña del monopolio de lo progresista. Esta frase, por muy repetida y jaleada que sea, es falsa. La izquierda está deseando que el progresismo lo ejerza la banca, la iglesia, el profesorado y si hace falta hasta los utilleros de fútbol. Como se demuestra en la dinámica política occidental, la izquierda está dispuesta a diluirse y desaparecer si los demás se apropian del discurso de convivencia, protección y progreso social. Ahora bien, lo injusto es reclamarle a la izquierda que se quede en silencio cuando ve pisoteados los avances del estado del bienestar, los derechos trabajosamente conquistados y sometidos a tutelas religiosas los comportamientos íntimos.

A Gallardón hay que agradecerle que con sus declaraciones sobre el aborto, seguramente aventadas para relajar la presión por las reformas económicas, haya señalado la intensa relación entre la calamidad económica y la libertad personal. Las injusticias laborales son violencia estructural, tanto en la cuestión del aborto, esa sí mencionada, como en la de la educación, la igualdad, el progreso cultural y las expectativas de futuro, estas otras silenciadas. La perpetuación del agravio social, la distancia entre ricos y pobres nos devuelve a los tiempos, no tan lejanos en España, donde la pobreza solo era paliada por la fe y los dogmas de trascendencia. El primer reto de la política es lograr condiciones de vida justas aquí y ahora, todo lo demás es pintar de moralina la inoperancia. De Gallardón no importa la pelea entre mano derecha e izquierda, sino el intento de coser, con puntada fina, nuestra justicia a su moral.

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