La burbuja catódica
Cualquiera que haya pisado un TCA en los últimos dos años sabe que la televisión ha iniciado un camino de solvencia dudosa. El TCA no es otra cosa que la reunión (que se celebra dos veces al año) de la asociación de críticos de televisión estadounidenses. En la misma, que se celebra en Pasadena (al ladito de Los Ángeles), las cadenas del país aprovechan para presentar sus novedades. Puede parecer divertido (como tantas otras cosas) pero lo cierto es que después de diez días lo único que uno tiene ganas de hacer es huir del Langham Hotel de Pasadena, coger un avión, volver a casa y –como si se tratara de Poltergeist- abandonar la tele en el rellano.
La cosa consiste, básicamente, en sentarse en una sala y ver como van pasando por allí las diferentes propuestas de cada canal. HBO es siempre la más esperada porque hay pocos en el negocio capaces de llevarse a Pasadena a Al Pacino, Meryl Streep, Steven Spielberg, Tom Hanks y Larry David de una sola tacada. En la edición de este año, celebrada en enero, algunos ya empezaron a vislumbrar que el asunto se estaba desmadrando: más de 150 series y realities se presentaron en el TCA y la crítica estadounidense empezó a fruncir el ceño. ¿Quién puede ver tal cantidad de producto?, y aún más importante: ¿después de tal atracón quién es capaz de sacar algo en claro?.
Las cadenas insisten en ese concepto (pérfido) de la segmentación, lo que ellas llaman “un producto para cada espectador”. No es que eso sea nada malo, pero cuando se aplica a rajatabla y lo que antes eran una docena de series por temporada se convierten en treinta el espectador (y no solo el crítico) tiene un serio problema, y –lo que es peor- las propias series quedan desvirtuadas de antemano, obligadas a dar el do de pecho en un tiempo record.Esto perjudica a cualquier serie que necesite un mínimo desarrollo (HBO envió a los críticos la primera temporada –enterita- de Luck, sabedores de que la serie adquiere velocidad de crucero a partir del quinto episodio) y beneficia a las ficciones autoconclusivas y los formatos de rutina (léase CSI, NCIS, Bones o –últimamente- The Big Bang Theory, metida en un rodillo autorreferencial sumamente nocivo).
En España, si uno no se dedica profesionalmente al mundillo (ya sea como programador, comprador, distribuidor o crítico) o es un aficionado irredento se ha convertido en imposible estar al día de lo que sucede en la pequeña pantalla. Cierto, siempre se puede tirar de sesiones maratonianas, pero eso suena más a penitencia que a disfrute (vale, excluyo de este comentario a la deliciosaHomeland) y diluye eso tan bonito de la perspectiva, del goce real de descubrir algo nuevo y dejar que cale.
El bombardeo de nuevos proyectos, franquicias y rostros es tal que no sería una locura decir que estamos llegando a un punto de ebullición del que va a ser difícil salir caminando. Un periodista del Entertainment Weekly decía que el panorama ya no es alentador sino “agotador” y a mi me gustaría añadir que hablar de “burbuja catódica” ya no es ciencia-ficción, que estamos tocando demasiados palos y jugando con demasiadas barajas, que ya es imposible conseguir aquello tan bonito de “verlo todo”. Nadie en su sano juicio puede seguir 40 series. Si, muchos/as lo hacen (hacemos) pero no es demasiado bueno. Ni para la salud ni para el criterio.
Otro día podemos hablar de cómo es posible que tengamos que esperar seis meses para ver determinadas series en España y que no haya forma legal de acceder a ellas porque lo impiden los mismos que luego levantan los brazos al cielo y se quejan de la piratería.
Veremos quién sobrevive a esta acumulación de tele, pero algunas cadenas –de eso no me cabe duda- van a ver como el globo les acaba explotando en la cara. Mientras tanto seguiremos haciendo horas extras para tratar de ver todo lo que hay que ver. No es poca cosa.
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