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De Cullera a Libia con parada en Baleares: los increíbles viajes de las tortugas bobas

El viernes se liberaron 22 ejemplares de la especie, catalogada como vulnerable, en la playa valenciana donde se las rescató hace un año, cuando se perdieron atraídos por la luz de unas farolas

Ejemplares de tortuga boba pequeñas en un tanque del  centro de cría en cautividad del Oceanogràfic de Valencia, el jueves 17 de octubre de 2024.
Ejemplares de tortuga boba pequeñas en un tanque del centro de cría en cautividad del Oceanogràfic de Valencia, el jueves 17 de octubre de 2024.Mònica Torres
Esther Sánchez

La medianoche del 24 de septiembre del año pasado, el hijo de Sara Benet se topó con varias diminutas tortugas negruzcas en el jardín de su casa, un chalé separado de la playa de Pla de la Torre (Almassora) por tan solo una estrecha carretera. “Yo llevo aquí más de 45 años y nunca había visto nada igual”, describe Sara, que se quedó vigilando a los gatos mientras avisaban al 112. Eran neonatos de tortugas comunes o bobas (Caretta caretta) y se encaminaban hacia su muerte, tierra adentro, atraídos por la luz artificial de las farolas, que confundieron con la luminosidad del mar. Les salvó la casualidad. Este viernes, 22 de estos ejemplares ―21 machos y una hembra― volvían al mar bajo la atenta mirada de Sara y otros vecinos. Todas portan un microchip y dos un transmisor que permitirá seguir sus movimientos al equipo del Oceanogràfic de Valencia, donde han vivido este último año en grandes tanques, y obtener datos muy valiosos para su conservación.

Quizá alguna de ellas siga los pasos de Victoria, la más exploradora, que se marcó en 2021 y que en tres años recorrió 23.473 kilómetros, 21 al día, o de Mascletà, una de las más apegadas al territorio. Los transmisores que portan algunos ejemplares de la especie, que nadaba por aguas españolas pero sin salir a las playas, y que ahora nidifica en los arenales debido a que el aumento de temperatura permite su reproducción, sacan a la luz sus historias.

La tortuga Victoria recorrió 23.500 kilómetros en tres años de seguimiento. Se la marcó en Cullera en 2021 y ese año marchó a Libia; en 2022 regresó y pasó el invierno entre África y Baleares y en 2023 se le perdió la pista cuando intentaba cruzar el Estrecho de Gibraltar.
Eduardo Belda (Universidad Politécnica de Alicante)

“A Victoria la marcamos en una playa de Cullera (Valencia) el 30 de julio de 2021, cuando salió a nidificar y la seguimos durante tres años”, explica Eduardo Belda, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia. Ese mismo año intentó volver a dejar más huevos en agosto en Almería ―pueden realizar tres o cuatro puestas al año―, pero no se localizó el nido, después se desplazó a la cuenca argelina y más tarde siguió hacia Libia. En 2022, volvió a cruzar el Estrecho de Sicilia y pasó el invierno entre Baleares y África y el tercer año emprendió camino a Libia. Finalmente, en 2023, regresó al Mediterráneo occidental y llegó al Estrecho de Gibraltar, que intentó cruzar. “Pero no sabemos si lo consiguió porque ahí perdimos la señal”, se lamenta Belda.

Victoria es uno de los ejemplares seguidos por satélite desde que en 2001 se localizó el primer nido de tortuga boba en territorio español en una playa de Vera (Almería). Hasta el momento se han detectado 70 intentos de anidación. Este año se han localizado 13, ocho en la Comunidad Valenciana. Grecia destaca como la zona de reproducción más importante en el Mediterráneo, seguida de los arenales de Libia, Turquía, Túnez y Siria.

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El Estrecho de Gibraltar es un punto importante para la tortuga boba, catalogada como vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Lo utilizan ejemplares que proceden de las poblaciones del Atlántico, de Florida y Cabo Verde, para llegar al Mediterráneo y alimentarse. La entrada es sencilla; la salida no tanto. “Siendo ejemplares pequeños pueden pasar con la corriente, pero atravesarla hacia el lado contrario es difícil porque es muy fuerte, así que se quedan aquí y quizá lo vuelvan a intentar, como Victoria”, añade Belda.

El ejemplo contrario a Victoria es Mascletà. Por su apego a las costumbres fijas, regresa cada cuatro años, y nidifica siempre en la misma zona de Cataluña; volver al lugar donde se ha nacido para desovar es un comportamiento habitual en estos reptiles. “Es la tortuga más fea del mundo, le pasó algo de pequeña y tiene el caparazón deformado, con forma de silla de montar, pero es fácil reconocerla”, sonríe Belda. Desde que apareció con heridas en la playa de Castelldefels en vísperas de la noche de San Juan de 2016, ha portado cuatro transmisores.

Depredadas por aves y peces

Para emprender estos periplos, las tortugas pequeñas deben superar múltiples peligros. “En el mar todo lo que flota es comida y va a la cazuela”, describe Jesús Tomás, el investigador de la Universidad Politécnica de Valencia que localizó en la playa de Almassora el nido de las tortugas tras la llamada de los vecinos. Otro riesgo son los plásticos y microplásticos que perjudican a todas las especies, tortugas incluidas. Por este motivo, el equipo del Oceanogràfic libera a los quelonios del programa de cría en cautividad, que se desarrolla dentro del proyecto Life Intemares, coordinado por la Fundación Biodiversidad del Ministerio para la Transición Ecológica, cuando ya han adquirido una talla suficiente para esquivar a voraces depredadores como aves y peces.

“Los que estamos soltando hoy [por el viernes] han pasado de 20 gramos a pesar un kilo en un año”, indica José Luis Crespo, del área de conservación de fauna del Oceanogràfic. Tienen ventaja, pero todavía les queda bregar con tiburones, redes de pesca, plásticos, contaminación... Tantos son los obstáculos que de cada 1.000 tortugas que nacen, solo una llega a la edad adulta. Esa es la razón de su alta productividad: alcanzan la madurez sexual entre los 20 y los 30 años (viven unos 90) y pueden poner tres o cuatro nidos por temporada, cada uno con unos 80 o 100 huevos enterrados en la arena y el éxito de eclosión es del 75% de media, aunque en la naturaleza la mayoría mueren tras el nacimiento.

Este año se han mantenido en las instalaciones del Oceanogràfic un total de 80 crías procedentes de nidos localizados en 2023 en las costas de Baleares, Murcia y Andalucía. En grandes tanques nadan los vulnerables neonatos a salvo, marcados con un número en blanco que llena el todavía diminuto caparazón. Cuando se localiza algún nido, rastro o ejemplar de tortuga marina, el ciudadano debe avisar al 112. Se suelen dejar en las playas el 75% de las puestas y se recoge en torno al 25% de los huevos para trasladarlos a incubadoras. En el momento en que nacen, se capturan entre 7 y 10 ejemplares, que pasan a formar parte del programa de cría en cautividad.

Uno de los problemas que arrastra el quelonio es la feminización de la población debido al aumento de las temperaturas por el cambio climático. En esta especie el sexo viene determinado por la temperatura a la que se encuentra la arena donde se depositan los huevos. “Hay una temperatura que se estima en 29º en la que nacerían la misma proporción de machos que de hembras, pero si baja salen más machos y si sube más hembras”, explica Crespo en el Oceanogràfic. El problema es que en las últimas décadas prácticamente todas las zonas del mundo están generando más del 90% de hembras, una desviación que no es sostenible a medio-largo plazo, plantea Crespo. La buena noticia es que “las tortugas han encontrado el camino para venir aquí y reproducirse en nuestras costas y sabemos, gracias al estudio de la última década, que estamos produciendo alrededor de un 70% de machos y es el único sitio en que está ocurriendo, que se sepa. Será casualidad, no sé, pero es maravilloso”, concreta.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.
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