Un teólogo con clase
El teorema de Bayes triunfa en la robótica siglos después de su formulación
Thomas Bayes (1702-1761) sólo publicó dos libros en vida, pero sus meros títulos le retratan de dos fogonazos. El primero se llamaba Benevolencia divina, o un intento de probar que el principal fin de las divinas providencia y gobernanza es la felicidad de sus criaturas. Supongo que Bayes no habría escrito esa obra de literatura fantástica de haber vivido en el siglo XX, comprobando así el verdadero alcance de la providencia divina en dos guerras mundiales, un holocausto y dos bombardeos nucleares sobre la población civil. Incluso en un lenguaje moderno, sustituyendo a Dios por Darwin, el título del libro seguiría sin funcionar, porque tampoco el objetivo de la evolución es dotar de felicidad a sus criaturas. También las dota de hambre, sufrimiento y penalidad. Pero Bayes era un teólogo, y por tanto su trabajo era explorar el mundo de lo inexistente.
Su otro libro se llamaba Una introducción a la doctrina de las derivadas y una defensa de los matemáticos contra las objeciones del autor de ‘El analista’. Este era un tema mucho más espinoso para un teólogo, porque el autor de El analista era nada menos que el obispo George Berkley, un influyente filósofo irlandés de la época. En El analista, el obispo criticaba los fundamentos del cálculo (derivadas, integrales) desarrollado por Newton para entender el mundo físico. Bayes salió en defensa de Newton en su libro, aunque no se atrevió a publicarlo con su nombre. El obispo debía pesar mucho sobre los hombros del teólogo. El caso es que Bayes también era un matemático, otro gremio dedicado a explorar lo inexistente, si bien de forma mucho más racional, creativa y fructífera. Son las paradojas de la mente humana.
Tras la muerte de Bayes en 1761, sin embargo, los allegados que revisaron los papeles acumulados en su casa de Tunbridge Wells, condado de Kent, descubrieron el verdadero legado que el teólogo y matemático inglés dejó a la posteridad. Hoy lo llamamos teorema de Bayes –y a sus extensiones, inferencia bayesiana— y consiste en una técnica estadística rompedora, que va revisando sus predicciones a medida que le llegan nuevos datos sobre el mundo. Parecía tan herético en su tiempo que, como es obvio, ni se atrevió a darlo a la imprenta. En el siglo XIX, el lógico británico George Boole criticó la estadística bayesiana por “subjetiva” y envió la estadística por senderos alternativos que siguen siendo los dominantes.
Muchas de las herramientas matemáticas que utilizamos para caracterizar la propagación del coronavirus covid-19, o de cualquier otro agente infeccioso, se basan en la inferencia bayesiana
Pero el teólogo ha resucitado, y con qué vigor. Muchas de las herramientas matemáticas que utilizamos para caracterizar la propagación del coronavirus covid-19, o de cualquier otro agente infeccioso, se basan en la inferencia bayesiana, como también lo hacen las técnicas de comparación de secuencias de ADN con que se analizan a diario los genomas de cualquier ser vivo. Un método que va corrigiendo sus predicciones según le llegan nuevos datos parece óptimo para analizar la evolución de los genes y las especies, y los resultados no hacen más que demostrar su validez día tras día. Lee en Materia cómo una de las cuestiones más apremiantes de la tecnología, garantizar que los robots y los coches autónomos sean seguros, se basa en el teorema que Bayes no se atrevió a publicar en vida. Eso daría que pensar a un teólogo, ¿no creen?
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