¿Chile se volvió de derecha?
Entender bien lo que ocurre en el país es parte fundamental de la estrategia que las izquierdas y el progresismo tenemos que afinar

Este viernes se conocieron las últimas encuestas presidenciales antes de la veda electoral. En todas ellas, Jeannette Jara gana con holgura la primera vuelta. También en todas se aprecia una tendencia que podría desordenar el panorama de la derecha: José Antonio Kast, que hasta hace poco daba por descontado su paso a la segunda vuelta y su triunfo en diciembre, experimenta una sostenida baja, mientras que Johannes Kaiser exhibe una tendencia al alza que, de mantenerse, podría instalarlo en la papeleta decisiva. Asimismo, las encuestas parecen indicar que la candidatura de Evelyn Matthei no logró repuntar, pese a los esfuerzos y refuerzos del último tramo de campaña, arruinados cada tanto, hay que decirlo, por el pinochetismo mal disimulado de la candidata, con declaraciones como aquella de las muertes inevitables y -última ocurrencia- del espíritu de venganza que animaría a algunos familiares de detenidos desaparecidos y al Plan Nacional de Búsqueda.
Ahora bien, más allá del incierto resultado de esta suerte de primaria de la derecha, otros datos se han instalado: los votos de las candidaturas de derecha y extrema derecha llegarían casi al 60% de las preferencias y, en segunda vuelta, la candidata del progresismo perdería en todos los escenarios. Si a esto le sumamos el hecho de que los temas que copan la discusión presidencial son la seguridad pública, la inmigración ilegal y los recortes fiscales, no es raro que tome fuerza la interpretación de que Chile experimenta, al igual que varios países de la región y del mundo, un giro a la derecha.
No es primera vez que se instala esta idea de giro. El estallido de 2019, el resultado del plebiscito de entrada en 2020, y las elecciones de constituyentes y presidenciales de 2021, dieron pie a apresuradas conclusiones sobre la supuesta izquierdización del país. Luego, la derrota del 4 de septiembre de 2022 y la arrolladora victoria del partido Republicano en la elección de consejeros de 2023, estimularon la tesis contraria: el país giró a la derecha. Vino después el rechazo a la constitución republicana y una elección municipal y de gobernadores regionales que no significó ni el sorpasso del partido de Kast que alguna vez se anticipó, ni el hundimiento del progresismo; parecía que el péndulo se había detenido. Sin embargo, ahora que las encuestas coinciden en que la ciudadanía se inclinará por candidaturas de derecha, el argumento volvió a resucitar.
Es cierto que estos vaivenes electorales se prestan para interpretaciones de este tipo. Pero las apariencias engañan y detrás de lo que a simple vista parecen giros radicales, se aprecian constantes, tendencias de largo plazo, que no se ajustan a los casilleros políticos de izquierda y derecha.
Las ciencias sociales vienen señalando hace años que el proceso de modernización neoliberal ha incubado malestares y frustraciones que no han encontrado solución en la política. Las promesas de autonomía, libertad individual, movilidad social, estatus, premio al esfuerzo individual, entre otras, no se cumplieron al nivel de las expectativas creadas. Es verdad que se superó la pobreza en un porcentaje muy considerable, y que ese progreso lo experimentaron millones de compatriotas. Pero, sin negar aquello, es verdad que nos quedamos cortos de oportunidades y que esa es también la experiencia actual de millones. El ingreso masivo de jóvenes a la educación superior, por dar sólo un ejemplo, chocó con una estructura económica que no logra absorber tanta fuerza de trabajo calificada y el desempleo ilustrado y subempleo está lejos de ser la excepción.

El malestar que se forma y se acumula en esta experiencia concreta de desarrollo truncado, se expresa, entre otros fenómenos culturales y políticos, en el comportamiento electoral. Primero, con una abstención que llegó a superar el 60% y, desde el voto obligatorio, con resultados paradójicos que difícilmente podrían leerse como adscripciones ideológicas. La masa que ahora acude a las urnas, sobre todo aquellos sectores que antes se restaban, vota con lógicas más expresivas que ideológicas. Vota para castigar, para expresar su desacuerdo, vota más en contra que a favor, aunque cuando encuentra figuras particulares y liderazgos atractivos, vota “por la persona”, de manera absolutamente pragmática. Puede hacerlo por alternativas de derecha y de izquierda sin problema alguno. Ese Chile que antes no votaba, votó masiva y sucesivamente rechazo, republicanos y en contra. Y en la región de Valparaíso, para elegir un caso aleccionador, Rodrigo Mundaca se impuso en segunda vuelta en todas las comunas, incluidas las trece en que habían sido electos alcaldes de Chile Vamos unas semanas antes.
No se trata de negar el escenario difícil que enfrentamos la izquierda y el progresismo. Lo dicen los números y lo dice la historia electoral. Hace veinte años que la presidencial la gana una candidatura de oposición. Pero de ahí a pensar que la elección está cerrada por una derechización del país, hay un salto que no se ajusta a la realidad.
Chile no se ha vuelto ni de derecha ni de izquierda. La sociedad chilena demanda orden y demanda cambios, libertad individual y seguridad social, Estado presente y Estado eficiente, democracia política y mano dura contra la delincuencia. En Chile, y al interior de las personas, conviven tendencias tradicionalistas y progresistas. No es extraño. Así lo muestra, entre otros estudios, el presentado hace pocos días por la Fundación Nodo XXI titulado Del estallido al orden: nuevo mapa político cultural de Chile.
Si este escenario presenta innegables posibilidades para las derechas, porque están en la oposición y porque saben agitar temores y prometer orden (aunque una vez en el poder no puedan cumplir sus promesas), también ofrece oportunidades para que las izquierdas y el progresismo derrotemos a la versión de la derecha que enfrentemos en segunda vuelta. No olvidemos que Chile, con voto obligatorio y votación masiva, rechazó de manera contundente la constitución de Kast. No olvidemos que Chile valora ampliamente las leyes laborales que empujó Jeannette Jara y no quiere ponerlas en riesgo.
Entender bien lo que ocurre en el país es parte fundamental de la estrategia que las izquierdas y el progresismo tenemos que afinar. Un mal diagnóstico, como aquel que afirma que Chile se derechizó, puede impedirnos actuar con inteligencia y eficacia.
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