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Neil Davidson, escritor: “Es muy fácil para un extranjero hacer el ridículo usando mal un chilenismo”

El traductor británico radicado en Santiago comenta aspectos de la chilenidad como las Fiestas Patrias, de 18 y 19 de septiembre, con la perplejidad y la ironía propias de sus celebradas columnas de prensa

Neil Davidson

Ya antes dejar el Reino Unido en 2001 para avecindarse en Santiago de Chile, Neil Davidson (Oxford, 59 años) escribía columnas para El Metropolitano, diario de breve existencia. Ya instalado en la comuna capitalina de Ñuñoa, este escritor y traductor británico pasó a confeccionar para Las Últimas Noticias columnas cuyas recurrencias, más allá de las literarias, apuntaban a todo lo que considerara digno de ser consignado del día a día de los chilenos: esos seres que son un poco como todo el mundo y que, como todo el mundo, tienen algo de excepcional.

Algo así como un chilenólogo a su pesar, el british humour y las simpatías conservadoras le permitieron dar cuenta de fenómenos como el de las nanas (“nunca he podido acostumbrarme a que una persona de mi propia clase social me exponga sus convicciones progresistas mientras lo atiende su sirviente personal”) provisto de un “ojo de bisturí”, al decir del cronista Óscar Contardo. Dos reconocidos volúmenes compilatorios dieron testimonio de ello: The Chilean Way (2011) y Usted está muy mal (2017).

Desde el año pasado no oficia de columnista, pero sí de escritor de su primer libro en inglés. Cuenta que está próximo a terminar “una novela bastante estrambótica, sobre un tema muy trillado, los androides y la inteligencia artificial”, todo ambientado en Gran Bretaña y poblado de referencias políticas y culturales. Eso sí, los días que corren son de Fiestas Patrias chilenas y Davidson se allana, por lo mismo, a conversar con EL PAÍS menos de novelística que de chilenología.

Pregunta. ¿Hay algo que llame su atención del período de Fiestas Patrias?

Respuesta. Siento una perplejidad que no ha disminuido mucho en todos los años que llevo en Chile: me cuesta mucho entender una celebración tan unánime que una a personas que se odian entre sí; que vaya desde el presidente de la República hasta el vendedor callejero más vil, y que todos estén celebrando juntos. Ahora, eso es muy bueno y no tengo ninguna objeción, pero quizá es un problema mío, que tengo un modelo de la celebración en el que parece que siempre hay que estar celebrando en contra de alguien, algo así como el modelo del triunfo [bélico]. Entonces, se me produce la sensación de que la celebración dieciochera es un tanto artificial, pero puede que me equivoque.

Y la otra cosa es que Chile, quizá, se ha metido en cierto grado en el camino de lo woke y todo eso, y entonces la culpa colonial, que antes se les endilgaba alegremente y por entero a los españoles, ha sido en parte aceptada como propia por algunos chilenos en cuestiones como el trato a los mapuches. Pero eso no es para nada masivo. En cualquier caso, me llama la atención el muy bajo nivel de conflictividad que hay en Fiestas Patrias.

P. Es dable vincular estas fiestas con la tendencia al apatotamiento [comportamiento grupal] y a lo difícil que es desafiar al grupo y retirarse, por ejemplo, de una reunión. En 2005 usted anotaba: “Es como si las mismas sillas de Chile estuvieran revestidas de una sustancia pegajosa”.

R. Bueno, es un poco así en todos lados y puede que sea más así en Chile. Recuerdo que un amigo me dijo hace años que el gran esfuerzo del comentarista chileno no era desafiar la opinión comúnmente aceptada, sino validarla, aunque yo creo que eso ya no es tan así. Son cuestiones un poco intangibles que cuesta sacar en limpio. Quizá provenga de una sensación de soledad y de solidaridad ante esa noche americana salvaje que a lo mejor sigue al acecho allá afuera. Si uno se representa el Santiago de la Colonia, debe haberse sentido como una burbuja muy chica en una gran inmensidad hostil, y quizás algo de ese espíritu se habrá mantenido.

P. Sus textos asimilan bastantes chilenismos, como fome [aburrido] o piñufla [insignificante].

R. Aprendí el español en Chile, así que para mí es el español normal. A veces ni siquiera soy consciente de estar usando el [español] chileno. Ahora sé, por ejemplo, que la palabra fome no es universal en la lengua, pero antes no lo sabía, así que simplemente la uso como parte de un estilo coloquial. Otras veces es más calculado, y a veces lo extremo un poquito, pero con mucho cuidado, porque es muy fácil para un extranjero hacer el ridículo usando mal un chilenismo.

P. El significado de fome va más allá de lo que consigna el Diccionario de americanismos e incluye lo decepcionante o lamentable (“qué fome que no llegaste”). ¿Cómo se maneja con esas sutilezas?

R. Creo manejarlas bien, pero se me cuelan algunas. Debo estar atentísimo a la posibilidad de que se me cuele un chilenismo sin explicación. Pero sí, me gustan mucho esos localismos, y creo que hay un problema cuando uno habla un idioma multinacional: que el idioma no es tuyo. Si uno habla checo, hay una identidad total entre la nación y la lengua, y uno no tiene la misma sensación de propiedad que proveen los localismos. Yo encuentro que tienen un gran valor, y hay que cuidarlos.

P. ¿Cómo se lleva con el uso de huevón -o hueón- que es tan omnipresente, sobre todo como tratamiento de confianza?

R. He ido limitando un poco su uso, porque al principio simplemente me mimetizaba con la gente con la que estaba, pero me fui dando cuenta de que sonaba demasiado cómico con mi acento. Mis hijos me alertaron sobre eso cuando tuvieron la edad suficiente. Creo que un extranjero tiene que ponerse límites para no caer en el ridículo.

P. ¿Se contiene para no usar tanto la palabra?

R. Me contengo, pero por instinto la usaría todo el tiempo, porque además es muy cómoda, muy fácil. Y me gusta que un vocablo sea tan polivalente: qué huevada, por ejemplo, pueda ser una estupidez o pueda ser un objeto, cualquier objeto, me parece muy bien. Es la gran sutileza del lenguaje, que me encanta. Ahora, en Argentina usan boludo de la misma forma, pero boludez siempre tiene una connotación negativa y no puedes decir “pásame esa boludez”.

P. La diferencia entre tratar a alguien de y de usted, ¿qué tan reveladora es de los códigos y las jerarquías de clase en Chile?

R. Antiguamente, uno encabezaba una carta con “Querido…”, y listo. Después, con la invención del e-mail, nadie quería ser tan cuadrado para saludar, y entonces el asunto se problematizó y había que pensar mucho en el saludo. Y en el caso de Chile, esto ya es muy extremo con el y el usted: cómo saber qué usar. Es muy gracioso para uno, como extranjero, ver que la gente pasa de uno al otro dentro de la misma frase sin darse cuenta. Y en esto, claro, hay una apreciación constante de cómo te relacionas con la otra persona en términos de clase, así como un cálculo que nunca termina. O sea, la otra persona puede decir algo, y eso que dice cambia la percepción que tú tienes acerca de su clase [en relación con la tuya].

A los extranjeros, por otro lado, se nos cuenta con toda seriedad una historia sobre cómo se usan en Chile el y el usted, pero que te metería en problemas si intentaras aplicarla y que, por lo tanto, es muy graciosa. Se nos dice que es para los amigos, los perros, los iguales y los niños; y usted, para todo el resto.

P. Y no es así…

R. No es así. Entonces, si vas al médico, ¿lo tratas de o de usted? Puede ser cualquiera de los dos. Depende de un cálculo muy fino.

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