Rosa Devés: “En la Universidad de Chile está en juego la libertad de expresión, de pensamiento y el pluralismo”
La rectora de la institución habla sobre las guerras culturales y las censuras, además del episodio del ofensivo cartel en su contra por no romper vínculos con las universidades israelíes. Tras los apoyos recibidos, asegura: “Esta sociedad no está tan enferma”
En la fachada de la Casa Central de la Universidad de Chile cuelgan lienzos propalestina que urgen a la institución educativa romper los vínculos con las universidades de Israel por la guerra en Gaza. Unas semanas atrás pendía del techo otro cartel. Uno en el que aparecía la rectora Rosa Devés, la primera mujer en ocupar el cargo en 179 años, recibiendo un beso de Benjamín Netanyahu. La acción de protesta recibió un rechazo prácticamente transversal y, a pesar de que ya lo quitaron, el conflicto interno en la principal institución de educación superior del país sudamericano continúa. Hay un acampe en un patio al interior del recinto donde este miércoles en la tarde solo se dejan ver tres estudiantes. En el campus Juan Gómez Millas, en el municipio de Ñuñoa, se fueron a toma por temas propios y también en señal de solidaridad con la causa palestina.
“Me escribió más gente por ese cartel que cuando fui electa”, comenta la rectora en su oficina en relación al ofensivo lienzo pintado por un puñado de alumnos. Voces críticas a su gestión de la crisis, como la califica ella, rechazaron que alojara una noche en Casa Central para impedir una potencial toma de los alumnos de todo el recinto. Una académica, Faride Zerán, la criticó por este hecho y la comparó con sus antecesores. “Los otros rectores nunca durmieron acá, pero a lo mejor porque eran hombres. A veces se necesitan mujeres para hacer cosas nuevas”, apunta.
Pregunta. ¿Qué cree que está en juego hoy día en la Universidad de Chile?
Respuesta. Lo que está en juego es la libertad de expresión, la libertad de pensamiento, el pluralismo. Eso es con lo que tenemos que jugar, que es algo que también está presente en otras universidades del mundo. No solamente respecto del tema Palestina. Vemos que otras personas ven peligro en el tema identitario –esa no es tanto mi opinión–, que hay distintas identidades, cada uno defiende lo suyo y eso fractura e impide el diálogo. Nosotros, sin embargo, hemos valorado mucho la inclusión de las minorías. Pero ese esfuerzo por incrementar la diversidad tiene que ir de la mano con que haya un encuentro entre esas distintas identidades para que sea efectivo. En la Chile nunca le hemos tenido miedo a la complejidad, pero eso a su vez tiene un desafío muy grande.
P. ¿En la Universidad de Chile está en peligro el pluralismo?
R. Creo que no, porque estamos totalmente determinados a trabajar en aquello. Está en peligro en todos lados. Es la realidad de la sociedad que estamos viviendo. Ahora se dice que la posverdad está instalada en la Universidad de Chile y no, claramente no, pero abres la puerta y ahí está. Y nosotros somos seres sociales y vivimos adentro y afuera.
P. ¿Cree que llegaron las guerras culturales a su universidad?
R. Diría que felizmente no lo hemos visto todavía. Creo que hay una conciencia del valor de nosotros. Pero hay que estar atentos porque estamos insertos en una sociedad global donde aquello está ocurriendo. El hecho de que no haya llegado a nuestras universidades, no quisiera hablar solo de la Chile, tampoco significa que estemos totalmente inmunes y es por eso nuestra decisión en la conmemoración de los 50 años del golpe fue que tenemos que trabajar en esto, no solo en la memoria, sino que en la educación para la democracia fundamentalmente y para el diálogo y la paz. Creo que lo que está ocurriendo en este mes es importante para el país. Alguien podría decir que pone en riesgo la reputación de la universidad, que hubieran acampado en otro lado… Y creo que esta discusión que se ha generado con distintas posiciones, por supuesto, pero con mucho mucho apoyo a lo que hemos hecho acá, le hace bien al país. Hace tiempo que la universidad no reflexionaba sobre temas tan profundos.
P. ¿A qué se refiere?
R. Si uno mira la discusión de la educación superior en la última década, por lo menos la pública, ha sido el CAE, financiamiento de los distintos tipos de universidad, que si una es pública o no. De pronto estamos hablando de libertad académica, de pluralismo, de convivencia en un sentido de la idea de la universidad como la hemos conocido siempre. Si uno mira la discusión en el mundo sobre las universidades, se va a encontrar mucho con que las que tienen 800 años como institución quizás ya no van a ser necesarias en el futuro, que está digitalizada la forma en que vamos a convivir y aprender. Pienso que les tenemos que defender porque las vamos a necesitar como nunca antes, porque si no, ¿qué va a estar ahí?
P. Decía que no han llegado las guerras culturales, pero en otros sitios los primeros indicios han sido las cancelaciones. ¿Eso tampoco ha ocurrido en la universidad?
R. No lo veo, pero uno podría decir con el cartel que es una cancelación, claro que puede ser. Pero no vemos enfrentamientos, que los hay en otros lados, entre estudiantes por las ideas, por ejemplo. Conocemos casos de situaciones con tal profesor, pero son bien particulares.
P. El año pasado Sergio Micco, ex director del Instituto Nacional de Derechos Humanos, acusó haber sufrido una cancelación política ideológica tras una charla en la universidad.
R. Claro, una situación que ojalá no hubiera ocurrido. Pero es bien, bien anecdótica.
P. ¿Y el cartel es anecdótico?
R. El cartel está dentro de este movimiento apasionado, intenso. Sería muy grave que hubiera un porcentaje muy alto de la universidad que hubiera generado ese cartel, pero es poca gente. Se ve mucho y se ve mal, por supuesto, colgado en esta casa que todos respetamos tanto, pero tuvo su respuesta de la ciudadanía. Lo que provocó el cartel es interesante. Mucho rechazo y harta reflexión. Diría que a mí me escribió más gente por ese cartel que cuando fui electa. Mensajes muy bonitos y muy transversales políticamente. Cuando uno ve eso dice ‘esta sociedad no está tan enferma’. A veces la sociedad tiene que vivir momentos como esos para decir de qué lado estoy. Lo que yo percibí es un anhelo transversal de entendimiento muy marcado. Gente de distintas generaciones.
P. ¿Qué le pasa a usted cuando ve un cartel de Netanyahu dándole un beso en plena Alameda?
R. Primero, el cartel lo vi el miércoles y lo subieron el sábado, así que el shock fue antes. Ellos decían que era arte. Después han dicho que es una sátira. Les trataron de explicar que si son feministas no era aceptable, pero su ética era distinta. Cuando he sido autoridad, el sentido de lo público es muy fuerte. Uno acá está al servicio de la institución, de lo público y lo que a mí me pasó es que me dolió la universidad, pero no mi persona. Porque yo soy la rectora de la Universidad de Chile ahí, no soy Rosa Devés, y ese cartel vejatorio hacia la rectora, finalmente es a la universidad. Lo digo con toda sinceridad, no soy yo en cuanto a individuo. No tendría fuerza suficiente para estar en este cargo si lo viviera desde mi individualidad.
P. Pero usted alegó ofensas a la perspectiva de género.
R. Si lo hacen a la rectora se lo hacen a otras también. Uno de los principios fundamentales de la universidad es la igualdad de género y no discriminación. Entonces claro que es una ofensa a la universidad porque es un principio central. Y a todas las mujeres, por supuesto, no solo a las que estamos acá, sino también afuera. Pero no hay un ego herido.
P. La comparación que hace la exvicerrectora de la universidad Faride Zerán de que los exrectores Víctor Pérez y Ennio Vivaldi no se alojaron en la universidad y que se vio como un atrincheramiento, ¿cómo lo toma? ¿Ve un sesgo de género en esa crítica?
R. No, yo creo que es pasión política. Con uno de ellos trabajó Faride, con el otro tenía bastantes diferencias políticas, eso me llamó la atención. Sobre que estamos atrincherados… estamos en nuestro espacio de trabajo recibiendo a quienes vienen a la universidad. Eso no es una trinchera. Ni siquiera yo he usado ese término para el acampe. Están en una expresión de solidaridad con Palestina ocupando un patio. Atrincherados no están. Creo que es parte de la pasión y que son el tipo de cosas que tenemos que evitar decir. Claro, es la primera vez. Los otros rectores nunca durmieron acá, pero a lo mejor porque eran hombres. A veces se necesitan mujeres para hacer cosas nuevas.
P. ¿De donde surgió la idea de quedarse?
R. Yo tengo muy en el cuerpo lo que pasó en la dictadura. Me alegro tanto de ser mayor y de poder estar aquí con esa historia en el cuerpo, no solo en la memoria de manera intelectual. Esa idea de quedarse, de que es mi casa, no es su casa, es algo que tengo en los huesos. Entonces no es atrincheramiento, es defensa del lugar legítimo donde uno trabaja.
P. ¿Hubo interacción con el alumnado esa noche?
R. Algunos estaban dialogando con ellos, yo no. Hubo una intención [de parte de ellos] parece de cerrar la puerta. Pero no vinieron a mi oficina, estaban en el patio donde habían puesto sus carpas. Creo que habrían estado bastante más cómodos con que nosotros no hubiéramos estado y hacer una demostración más, pero eso no ocurrió, así que tampoco hay que suponer lo que no pasó. Habría sido distinto, posiblemente, si no nos hubiéramos quedado.
P. ¿Qué le ha parecido a usted lo menos tolerable que ha sucedido en este mes? ¿Las marcas en las manos, el cartel, los infiltrados en el acampe?
R. La marca es horrible, pero finalmente el problema es la toma, no es la forma en que tú te identificas por razones de seguridad, como dicen los estudiantes, con mucho descriterio. Ahora, ¿qué es lo que más me impresiona? Ninguna de esas cosas. Me impresionan estas comunicaciones en las redes. Los mensajes agresivos, por ejemplo, como “[la rectora] está criminalizando”. Este lenguaje durísimo, muchas veces mentiroso, como ocurre en las redes, y que es continuo. Porque el cartel es terrible y se baja, pero lo otro es todos los días. Una gráfica que tú no has alcanzado a leer y ya te da miedo. Es bien impresionante. Eso pasa no solo con los estudiantes. A veces también algunas organizaciones.
P. El miércoles se reunió por primera vez con la nueva dirección de los alumnos. ¿Cómo fue el encuentro?
R. Me reuní con Crece, la nueva dirección que representan los estudiantes organizados en el acampe. Se estableció una mesa, van a seguir conversando. Estamos trabajando la agenda palestina. Estuvimos discutiendo que tenía que ser lo más plural posible dentro del problema que nos convoca y no hubo resistencia a eso, hay avances.
P. ¿Y la piedra de tope de cortar los vínculos con las instituciones educativas de Israel?
R. Creo que ese va a ser un punto de divergencia hasta el final. A lo que vamos a llegar es que cada uno va a persistir en lo que piensa. Nosotros tenemos principios detrás de eso, pero vamos a poder explicarlos. Me imagino que los estudiantes podrán explicar su posición de manera respetuosa. Eso es parte de las negociaciones, pero no es doblar la mano o ganar.
P. Una de las críticas que se ha hecho al alumnado estas semanas es que son liderazgos muy panfletarios, no tan profundos como antes. ¿Qué hay de eso?
R. Es algo de la crisis de la sociedad, no cabe ninguna duda. Con la digitalización de la convivencia y de las comunicaciones todos sabemos que la reflexión profunda está postergada por la respuesta rápida, muchas veces agresiva. No me estoy refiriendo a la Fech en este caso, es global. La periodista María Ressa, Premio Nobel de la Paz de 2021, que se ha preocupado mucho por combatir la posverdad, le dijo a los estudiantes de Harvard que esta forma de relación llegó para quedarse y que no va a ser más fácil en el futuro posiblemente. Ella les recomienda: “Sean la mejor versión de sí mismos. Hagan de la crisis oportunidades. Sean vulnerables, sea usted el primero en bajar la barrera para la comunicación”. Es un discurso que a mí me ha ayudado mucho para enfrentar lo que estamos viviendo.
P. ¿Usted cómo ha bajado la barrera?
R. Por ejemplo, invitando a los estudiantes a hablar, tener tranquilidad en ese diálogo, no esperar que inmediatamente los estudiantes concurran con nuestras propuestas. Escuchar, llegar a puntos de encuentro y a lo mejor en algunos temas va a haber una divergencia de opinión, pero tiene que ser fundada. No necesariamente hay que encontrar el consenso, pero hay que fomentar las ideas. También una forma de bajar la barrera es reconocer un legítimo otro. El comprender que esa posición distinta tiene razones y a lo mejor estas ideas pueden convivir. Y que hay otros puntos donde podemos encontrarnos y avanzar. El que nos estemos todos educando es súper importante también.
P. Su rechazo a las tomas, una herramienta histórica de los estudiantes, puede interpretarse como que no está validando la divergencia del otro.
R. Sin duda. Pero justamente en un tiempo en que la sociedad está tan fracturada, tan polarizada, una universidad -no solo los estudiantes- tiene que hacer un esfuerzo por entenderse de otra manera. Tener una toma es un fracaso de todos nosotros. Tenemos que generar unos vínculos y unas conversaciones que permitan que esto se termine. Hay gente que dice que no hay una actitud definida de la Rectoría. Que se pregunta ¿por qué no se sanciona o se desaloja el lugar? No es el caso de la Casa Central, pero sí del Campus Juan Gómez Milas, que ha estado tomado y esperemos que se levante pronto porque hay conversaciones bien avanzadas. Pero es un fracaso terminar una toma, que es un acto violento, sin ninguna duda, con otro acto de fuerza.
P. Si define la toma como acto violento, ¿por qué dijo esta semana que eran comprensibles en 2011?
R. Quiero corregir de alguna manera o explicar qué quería decir. Nunca las tomas son comprensibles desde mi perspectiva, porque es un acto que coarta la libertad de los otros. Pero Catalina Lufín [expresidenta de la Fech] dice en CNN ‘¿Qué tanto con las tomas? Si el 2011 estuvo tomado cinco meses y tomas han habido siempre’. Lo que quise decir es que hoy son todavía más dañinas porque la democracia está amenazada, la inseguridad es un problema, hay polarización. Una toma agrega todavía más a eso. Entonces no quise decir que en 2011 estaba muy bien que se hayan tomado la universidad, porque nunca nadie aquí ha estado de acuerdo con la toma. Yo en esa época era prorrectora.
P. ¿Cómo define esta experiencia que está viviendo?
R. Siento que ha sido una experiencia desafiante. Que nos ha hecho crecer en algunos sentidos, escuchar lo que está pasando en el mundo, entrar en esas discusiones y que ha cambiado la conversación sobre las universidades. El rol de la Chile tiene que ver con eso. La Chile le importa a la gente. A los que la critican, a los que la defienden, a los que trabajamos aquí. Ha sido un tiempo importante. Y que lo hacemos en colectivo. No es una rectora sola, desvelada o angustiada.
P. ¿Está durmiendo bien?
R. Yo nunca he dormido bien (ríe). Pero es intelectualmente muy desafiante lo que está pasando. Siempre es político en la Universidad de Chile. Siempre es profundo. He vuelto a sentir algo vinculado a mi juventud: que cada acción, lo más cotidiano, hay que pensarla desde los principios varias veces al día. Eso lo sentía en la dictadura, como estudiante y como profesora. Acciones que podrían ser triviales había que pasarlas por un filtro de principios, que finalmente era si te entregabas a este poder impuesto o defendías un espacio de autonomía universitaria en cosas pequeñas. Ahora he vuelto a sentir que cada acto que haga tiene trascendencia y por eso lo de los convenios.
P. Una conciencia de acción igual a la que sentía en la dictadura...
R. De acción trascendente, de que importa mucho cómo reaccionas en una declaración. Cada palabra se cuida. No por temor a que el conflicto se fuera a complicar, sino que porque cada cosa que se dice en este contexto importa. Es como decir: estoy acá por una misión y la misión es trascendente. Uno quiere que tengan consecuencias positivas, que salgamos mejor de esto. Hacer de la crisis oportunidad, como dice María Ressa.
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