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Florencia Abadi, filósofa argentina: “Cuando cuidamos mucho al otro, deserotizamos el vínculo”

La escritora, que acaba de publicar ‘El nacimiento del deseo’, analiza la relación de la atracción con la rivalidad, el conflicto y el amor

Antonia Laborde
Florencia Abadi, filósofa argentina, en el Festival de Puerto Ideas de Valparaíso.
Florencia Abadi, filósofa argentina, en el Festival de Puerto Ideas de Valparaíso.A.L.

La escritora y doctora en filosofía Florencia Abadi (44 años, Argentina) publicó recientemente El nacimiento del deseo (Pólvora), un libro que reúne 10 ensayos sobre cómo el deseo, gatillado por la envidia, es lo que mueve a los seres humanos. De visita en Chile por su participación en Puerto de Ideas Valparaíso, uno de los festivales culturales más importantes de Latinoamérica, la académica de la Universidad de Buenos Aires analiza la tensión que produce el deseo en una pareja. “Amamos a expensas del deseo y deseamos a expensas del amor”, plantea en una entrevista tras compartir sus descubrimientos ante cientos de espectadores en el Parque Cultural de la ciudad-puerto, un recinto que antiguamente era la cárcel pública de Valparaíso.

Pregunta. ¿Qué es el deseo?

Respuesta. El deseo puede definirse de una manera un poco vaga, pero correcta: como lo que pone en movimiento, el motor de la vida. Así se lo entiende desde Hesíodo hasta el psicoanálisis. Bajo esa definición, entiendo que hay una suerte de paradoja relacionada al nacimiento del deseo. Si el deseo es lo que pone en movimiento, qué pone en movimiento al deseo. Lo que yo intento mostrar en mi libro es que Eva, en el Génesis, no era curiosa antes de comer del fruto prohibido.

P. ¿A qué se refiere?

R. El texto nos dice que Adán y Eva tenían los ojos cerrados y los abren después de comer el fruto y vieron que estaban desnudos. Mi idea es que no es tanto la prohibición lo que está en el nacimiento del deseo. De hecho, cuando Dios prohíbe comer del fruto del árbol del conocimiento, del bien y del mal, ellos no comen. No pasa nada hasta que no aparece la serpiente, que le dice a Eva: “Dios no quiere que abras tus ojos y conozcas lo que Él ya conoce. Te está mezquinando la sabiduría”. Lo que dice es el supuesto envidioso por excelencia que es: hay otro que tiene algo que yo no recibí. La envidia es la que gatilla el deseo.

P. ¿Siempre que deseamos, entonces, está motivado por la envidia?

R. En el origen del deseo hay una infelicidad envidiosa. Más allá de que muchas veces deseamos y no estamos experimentando la envidia en el momento. Como somos seres capaces de envidiar es que podemos desear. En muchos mitos está que cuando aparece el deseo, aparece un instinto de odio que es contagioso y peligroso. El deseo se impone, no se orienta a lo que conviene.

P. ¿Qué pasa con el deseo hacia el otro en el amor filial, por ejemplo?

R. Siento que es una deuda para mí pensar eso porque es muy interesante. Pensar el deseo en vínculos no basados en el principio erótico. En relación a lo filial, la madre como está vinculada con el cuidado y la protección, la sociedad no puede soportar la idea de que la madre envidie, pero por supuesto que hay deseo ahí. Siempre se separa a la figura de la madre de la envidia y por eso se la termina separando del deseo ¿Por qué? Porque el deseo no es amigo del cuidado. Cuando cuidamos mucho al otro deserotizamos el vínculo. El cuidado se opone a la rivalidad, que es uno de los principios del deseo. Nadie va a cuidar a su rival, nadie va a proteger donde rivaliza. Yo creo que la rivalidad es el principio que siempre está rigiendo de fondo la esfera erótica.

P. ¿La madre entonces sí envidia al hijo y es la sociedad la que se lo prohíbe?

R. Totalmente. Las madres son mujeres, no son solo madres, y envidian, envidian a sus hijos e hijas. Los relatos siempre intentan velar esto poniendo a la madrastra como la envidiosa. Pero ¿quién es la madrastra? Es la que está en el lugar de la madre. Pero como no soportamos que la madre sea envidiosa, ponemos a otra. Son maneras de simbolizar lo que no podemos soportar. Aún en esas relaciones hay deseo, efectivamente, y hay envidia. Nosotros estamos atravesados por la lógica amorosa y el cuidado a nuestros semejantes. Cuando estamos en una relación, si somos buena gente, vamos a cuidar al otro, sin saber muchas veces que deserotizamos el vínculo si nos excedemos.

P. ¿No pueden convivir el amor y el deseo?

R. Conviven, lo que pasa es que lo hacen en tensión, en conflicto. Nosotros amamos y deseamos, pero es importante entender que amamos a expensas del deseo y deseamos a expensas del amor. Por eso muchas veces sustraer el amor es una estrategia eficaz para aumentar el deseo. Tenemos que ver qué hacemos con que por un lado deseamos y por otro lado amamos; por un lado queremos cuidar, por otro lado necesitamos rivalizar, pelear, desafiar al otro, pincharlo. Provocamos al otro, y ese es un verbo erótico por excelencia. Pero cuando amamos y cuidamos al otro, no lo estamos provocando. Tenemos los dos gestos dentro: un poco necesitamos proteger y un poco necesitamos provocar.

P. ¿La pareja es un rival?

R. Yo a veces lo pongo en esos términos y se entiende eso, pero en realidad la rivalidad tiene que ver con un cierto odio que despierta la falta de libertad –el conflicto en el que nos pone el deseo– y uno puede rivalizar con ella, pero también puede desplazar esa rivalidad a la ex pareja de la persona, o a su madre, o a sus amigos. En algún lado se va a jugar la rivalidad. Muchos mitos hablan de cómo el deseo se nutre de esa rivalidad y después de eso la pareja logra transmutar esa rivalidad en una admiración, lo que para mí es como la alquimia del amor. La admiración, al igual que la gratitud, es un antídoto de la envidia. Esa transmutación los convierte en los mejores aliados. ¿Con quién puedes hacer mejor equipo que con un rival? Cuando se logra hacer eso, hay esperanza.

P. Además del cuidado, ¿qué deserotiza?

R. La mentira, así como la verdad erotiza. La verdad es hermana del goce y es cruel. No hay verdades piadosas, hay mentiras piadosas. La verdad es la cruda verdad, la cruel verdad, y eso es erótico por excelencia.

P. ¿Ha cambiado el deseo a medida que la sociedad se ha vuelto más individualista?

R. Seguramente. El individualismo hace que la envidia prime. En un mundo de seres aislados, uno no tiene gratitud, piensa que no recibió nada de nadie. Esta es la idea de que yo hice todo solo, de que yo me forjé, de donde mama la meritocracia. Para mí, el mundo contemporáneo es el reino de la envidia. A eso lleva el individualismo, pero no creo que necesariamente extinga el deseo. La envidia paraliza en algún nivel y por otro lado genera un motor inmóvil. Es motor, pero en el momento en que envidiamos, estamos paralizados.

Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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