_
_
_
_
_
Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Derrocando al capitalismo

El presidente Boric declaró, como si estuviese en un diván ante un psicoanalista, que una parte de él quiere derrocar al capitalismo en Chile. Su deseo íntimo se refiere no tanto al capitalismo como al neoliberalismo

Gabriel Boric en un discurso en La Sorbona, en París, el pasado 20 de julio.
Gabriel Boric en un discurso en La Sorbona, en París, el pasado 20 de julio.TERESA SUAREZ (EFE)

En el contexto de su gira por varios países europeos, el presidente Gabriel Boric declaró, como si estuviese en un diván ante un psicoanalista, que una parte de él quiere derrocar al capitalismo en Chile. Esta opinión, emitida en una entrevista con el programa HardTalk de la BBC, provocó en algunos analistas y políticos chilenos desconcierto, dado que no resulta entendible que el presidente opine de ese modo cuando lo que está buscando en esa gira es atraer a inversionistas extranjeros. Para otros, fue un sentimiento de molestia el que primó, al reconocer una incongruencia entre la opinión de Gabriel Boric y su condición de presidente.

Hay que tomar en serio su opinión. Es importante considerar que el individuo privado Gabriel Boric es un gran lector con una larga trayectoria de activista estudiantil, quien a veces omite su condición de presidente, por definición la de un hombre público, al no percatarse que sus opiniones personales producen consecuencias cuando son expresadas en público. En este caso, se trata de un presidente que opina, genuinamente, sobre las injusticias del capitalismo y su deseo íntimo de superar esta forma general de organización de la vida económica y social.

Más allá de la incongruencia entre el hombre público que busca seducir a grandes inversionistas para que inviertan en Chile, y el hombre privado que tiene una opinión formada sobre el capitalismo y sus efectos estructurales sobre la desigualdad, la justicia y la dignidad humana, lo relevante es que el presidente Boric instala un tema de inmensa importancia para todas las izquierdas, chilenas, latinoamericanas y europeas. Para convencerse de la importancia de lo que el presidente expresó, tan solo reparemos en el paulatino retorno de la palabra capitalismo en el discurso político y en la literatura para nombrar lo que antes se llamaba, sin mayores precisiones, neoliberalismo. Si el presidente hubiese emitido la misma opinión hablando tan solo de neoliberalismo, de seguro la reacción de políticos y analistas hubiese sido mucho más recatada. Tal vez no habría sido noticia. Pues bien, es en esta distinción entre capitalismo y neoliberalismo en donde reside lo esencial.

Interrogarse acerca del derrocamiento del capitalismo (un pésimo término que, así enunciado, remite a un acto político –del tipo golpe de Estado– impensable para derribar a un sistema económico) equivale a formularse la preguntarse por la ruptura con el capitalismo y, en última instancia, por la revolución. Si esa es la pregunta, como creo que en algún sentido lo es, entonces es necesario despejar el halo conceptual en el que la pregunta se inserta, un halo que admite todo tipo de sesgos, confusiones y equívocos. A decir verdad, al leer la entrevista del presidente Boric se infiere que el derrocamiento al que él alude está referido a una forma de organización particular del capitalismo, eso que llamamos neoliberalismo para caracterizar a un modo exacerbado de extracción de valor sobre cosas y, especialmente, derechos.

Qué duda cabe que en las formas más extremas del capitalismo neoliberal (el chileno es un excelente ejemplo), es normal que los derechos sociales se transformen en mercancías, es decir, en cosas transables sobre las que es posible lucrar en un mercado, aboliendo la naturaleza de lo que es un derecho social que, por definición, es abstraído del poder del mercado para transformar lo que es un derecho en una mercancía. Si los derechos sociales se transforman en mercancías, ello se debe a que el goce de esos derechos se encuentra condicionado por requisitos referidos a la capacidad de pago de los individuos o de las familias, lo que quiere decir que el goce de un mismo derecho social (pongamos por caso el tratamiento de una patología en salud) dependerá del monto de la cotización del individuo en nombre de él o de su familia.

Si esto es así, entonces puede entenderse que en Chile una misma patología pueda ser tratada, eventualmente en una misma clínica, exigiendo copagos de muy distinta magnitud dependiendo del monto de dinero que el cotizante ha aportado a su plan de salud. ¿Cómo no ver, entonces, que este sistema individualizado de goce de derechos sociales distorsiona profundamente el concepto mismo de derecho social universal en función de la capacidad de pago de planes que son propuestos por instituciones privadas de salud (las ISAPRES), lo que se traduce en formas de acceso a prestaciones en salud en distintas velocidades y calidades, en donde el sistema público es el eslabón más débil para los grupos más desfavorecidos?

Pero esto no es todo: la organización neoliberal de los derechos sociales no solo distorsiona lo que un derecho universal quiere decir, sino que además produce modificaciones cognitivas considerables en los individuos, al verse éstos inducidos a calcular la satisfacción de sus necesidades en salud en función de sus capacidades económicas de pago. No puede ser entonces un motivo de sorpresa que, en régimen neoliberal, el principio de solidaridad sea integrado como principio de satisfacción mínima de necesidades vitales: como compasión.

Pues bien, si el caso de la salud es un excelente ejemplo para provocar indignación ante lo que es una verdadera expropiación de un derecho social, lo mismo se puede decir acerca de la educación y las pensiones. Volviendo entonces al deseo íntimo del presidente Boric de derrocar el capitalismo: la desnaturalización del derecho a la salud que permite que éste se transforme en mercancía, ¿es el resultado de la operación del sistema capitalista propiamente tal? La respuesta es no, o mejor dicho no totalmente: lo que el ejemplo de la privatización de la salud y de la conducta calculadora e individualizante que el sistema induce es el resultado no del capitalismo propiamente tal, sino de una forma particular y especialmente radical de su propia organización: el neoliberalismo.

De lo anterior se sigue, lógicamente, que el deseo íntimo del presidente Boric se refiera no tanto al capitalismo, sino al neoliberalismo. De haber derrocamiento del neoliberalismo, o mejor dicho de materializarse una salida del neoliberalismo, ¿hacia dónde esta conduce? Evidentemente que la salida del neoliberalismo no conduce al socialismo (un término que describe un ideal de sociedad, o si se quiere una forma de utopía que se origina en un ideal de fraternidad y cooperación universal): para que fuese posible una salida del neoliberalismo conducente a la entrada al socialismo, se necesita tener claridad de lo que se entiende por socialismo y, sobre todo, de la importancia de disponer de un modelo alternativo al capitalismo. Pues bien, ese modelo alternativo no existe. Por consiguiente, la salida del neoliberalismo solo puede conducir al capitalismo en alguna de sus variantes (eso que la literatura especializada describe como variedades de capitalismo).

Una de esas variantes es la socialdemocracia y los distintos tipos de Estado de bienestar a los que puede dar lugar, en donde se materializa no solo la universalidad de los derechos sociales, sino también los modos de institucionalización de la protección social, la importancia del trabajo en relación con el capital y tantas otras cosas. ¿Cómo no ver, entonces, que la socialdemocracia en sus distintas expresiones a lo largo de la historia es la única alternativa al neoliberalismo, incluso para las nuevas izquierdas (del tipo Frente Amplio chileno, Podemos español y La Francia Insumisa francesa) cuya retórica rupturista conduce inevitablemente a restaurar la promesa defraudada por la socialdemocracia de los treinta gloriosos años que se iniciaron en 1945 y que colapsó a partir de la década de los 80, mediante la revolución monetarista y la consiguiente debacle del keynesianismo?

Es así de importante y compleja la opinión del presidente Boric: más allá de las incongruencias de su formulación, su opinión en forma de pregunta es tan esencial como existencial, en donde las respuestas son conceptualmente complejas, pero políticamente bastante más simples de lo que uno cree: es llegar y observar el panorama mundial de los gobiernos de izquierdas, en donde novedades sustantivas no hay, aunque sí experimentos (como el chileno) cuyo destino es alguna forma de Estado de bienestar en algún tipo de socialdemocracia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_