Un atracador de costumbres: un ladrón roba tres veces un Telepizza en una semana
Un politoxicómano oculto tras un gorro de baño y un pañuelo siembra el pánico en un barrio de Madrid tras salir de la cárcel. Robaba armado con dos pistolas
Era jueves, Family Day, pizza tamaño familiar de un ingrediente a seis euros. El local estaba lleno y la caja registradora a rebosar. Por la puerta de Telepizza entró un hombre con un gorro de baño en la cabeza, un pañuelo que le cubría la cara y dos pistolas, una en cada mano. "Otra vez este tío", pensaron los trabajadores.
Los empleados de la franquicia ya estaban tan acostumbrados a sus visitas intempestivas. Le apodaban El Payaso Justiciero. Roberto A. era un delincuente habitual que había salido de la cárcel tres meses atrás y había vuelto a su barrio de toda la vida, el de Entrevías en Madrid. Tenía 60 años pero todavía vivía en casa de sus padres. La policía lo tenía fichado como un politoxicómano de los años ochenta, uno de los pocos de su generación que todavía seguía en pie. Para él, volver a la calle fue regresar a la papelina y el atraco a farmacia, la única vida que conocía.
Es verdad que robó en una botica del barrio, como en un homenaje secreto al pasado, pero con lo que de verdad se obsesionó fue con el Telepizza de al lado de su casa. En una semana de mayo de 2019 lo atracó en tres ocasiones. Los jóvenes trabajadores de la pizzería le tenían pánico porque era un sujeto peligroso que iba armado, pero sus pintas extravagantes y su poca profesionalidad les sacaba también una sonrisa.
Este lunes, en la Audiencia Provincial de Madrid, Roberto ha llegado al juicio esposado y oculto con la capucha de una sudadera gris. Se ha dejado bigote. Tiene más canas en el pelo que hace un año, o al menos esta vez no se ha tintado el pelo. Es un hombre alto y corpulento. Al verlo llegar, los trabajadores de Telepizza no han tenido ninguna duda: "Es él". Reconocieron de inmediato a quien durante un tiempo fue su cliente más habitual.
En la vista, una fiscal ha detallado que Roberto era consumidor de cocaína y heroína y que, según los exámenes psiquiátricos que le habían hecho en prisión, sufría un trastorno de bipolaridad. Someterse a dos días de juicio era una pérdida de tiempo, así que su abogado ha acordado rebajar la pena de cárcel que pedía la fiscalía por cuatro robos con violencia, de 24 a 13 años y 10 meses.
El juez le ha preguntado:
-¿Admite haber cometido estos delitos?
-Sí, señoría.
-El juicio queda visto para sentencia.
Y Roberto ha salido por la puerta de la sala esposado, camino de nuevo de su celda, donde ha pasado media vida. Los estudiantes de derecho sentados allí desde primera de la mañana se han quedado algo decepcionados. Si esperaban un juicio a la americana, allí no lo encontraron. La vista ha durado apenas cinco minutos. No ha tenido mucha chicha. Su historial de atracos, sin embargo, da para un serial.
Hay que retroceder un año. El sistema pensaba que Roberto estaba reinsertado y lo dejó en libertad. El hombre se instaló en la casa en la que había crecido, en Vallecas. Sin embargo, volvió a las andadas. El cajero Emilio Saldaña estaba detrás del mostrador cuando por la puerta entró un tipo vestido de traje. Era Roberto. Llevaba un pañuelo morado alrededor del cuello. A Saldaña le pareció que tenía ante sí a "un señorón". El hombre se identificó como Inspector de franquicias. ¿Qué demonios era eso? "Un policía que inspecciona franquicias como esta", dijo el intruso. A Saldaña le sonó a trola. "Me quedé flipando", recuerda. Quiso entrar con él a la oficina para "revisar unos papeles". Saldaña, un joven alto y espigado, cerró la puerta de reparto y se cerró en banda. El tipo se fue por la puerta de mal humor.
A pesar de que el cajero Saldaña no había caído en sus engaños, el atracador no se desanimó y regresó al día siguiente. Esta vez sin concesiones. "Llegó como un vaquero. Con dos pistolas y el pañuelo tapándole la cara, pero supe de inmediato que era él", asegura el cajero. A punta de pistola encerró a Saldaña en la cámara de frío y trató de que un repartidor que andaba por allí le abriera la caja. ¿El problema? El chaval no tenía ni idea de cómo hacerlo.
El ladrón tuvo que rehacer el plan. Llevó al repartidor a la cámara de frío y de allí sacó al cajero, el que, por lógica, sabía manejar la máquina. Cambió un cromo por otro. El cajero, encerrado en un habitáculo a varios grados bajo cero, llamó a la policía. Saldaña, mientras tanto, le dio la poca recaudación de ese día, unos 150 euros. Roberto no vio la caja que estaba al lado. "Iba tan nervioso que ni se enteró. Podría haberse llevado más pasta".
El robo fue comentado en la tienda. Siempre da para alguna batallita un suceso como ese. Los trabajadores habían pasado miedo, era un tipo armado y nervioso, pero también tenía algo caricaturesco cómo había sucedido todo. Dos días después, cuando todavía no se habían repuesto del susto, Roberto apareció de nuevo. Entró tan tranquilo. Lo reconoció de inmediato el auxiliar de cocina, que había visto con detenimiento las grabaciones de las cámaras. Aunque no les dio tiempo a reaccionar. Esta vez encañonó a una trabajadora y exigió el dinero. No se complicó tanto. Uno de los repartidores que vio la escena huyó corriendo de la tienda. Sus compañeros no han vuelto a saber de él.
El Grupo Dihme, la empresa dueña de la franquicia, se preocupó. La compañía estaba acostumbrada a los robos en este local y en este barrio, pero dos veces en tres días y que encima fuera el mismo hombre era demasiado. "Nos pareció que era un cachondeo. Era un abuelete que estaba haciendo una buena limpia. Era una especie de payaso justiciero. Había que hacer algo", explica Borja Gonzalo, uno de los socios de la franquicia.
Como en los bancos, la empresa instaló tras el mostrador un botón antipánico. Cuando vieran llegar a Roberto, los trabajadores podían pulsar disimuladamente un botón que alertaba a las autoridades. Sin embargo, el atracador regresó a la semana siguiente, antes de que diera tiempo a conectarlo. Family Day. Las trabajadoras se encerraron en un cuarto. En un vídeo se ve a las empleadas trabando la puerta para evitar que el Roberto, desubicado por un escenario con el que no contaba, arrancó de cuajo la caja registradora y se la llevó bajo el brazo. Los agentes encontraron horas después la caja tirada en la basura.
Tres atracos en tan poco tiempo destrozaba las estadísticas de la comisaría de Vallecas. En el historial de viejos reincidentes encontraron el perfil de Roberto, que encajaba con la descripción. "Lo reconocimos de inmediato en una rueda de reconocimiento en los juzgados de plaza de Castilla", añade Vanesa Cerrada, la consultora de las tiendas de Telepizza. Las andanzas del Payaso Justiciero llegaron así a su fin.
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