Beethoven más allá de sus enemigos
Mi regla de oro sigue siendo que las cosas de este mundo se pueden discutir. Desconfíen de quienes la rechacen, de quienes les impongan silencio, acusándoles de negacionismo
Año Beethoven. A los 250 de su nacimiento, les recomiendo que vayan a Valls el 19 de marzo y oigan la Gran Fuga, Op. 133, del compositor de Bonn, o que, un mes antes, entre el 9 y el 14 de febrero consigan asistir a la interpretación de alguna de sus nueve sinfonías en el ciclo en que Sir John Eliot Gardiner dirigirá a la Orquesta Revolucionaria y Romántica en el Palau de la Música, un acontecimiento barcelonés único. En la duda, Valls: es memorable lo que los Amics de la Música de esta ciudad vienen organizando para la conmemoración.
En Cataluña hay una decena cumplida de orquestas sinfónicas en el sentido tradicional de la palabra, es decir, que dispongan de instrumentos de madera, metal, cuerda y percusión. Hagamos que dentro de diez años lleguen a veinte. Los músicos de este país lo merecen; ustedes y nosotros, también.
Los realmente grandes siempre han atraído fuego hostil. Beethoven ha tenido enemigos y, este año, le van a salir más, entre otras cosas porque lleva dos siglos como primer titular. Claro que también los ha ido dejando, inexorable, atrás a todos. Su música perdura tenaz en su envidiada grandeza y su piano —cinco conciertos para piano y orquesta, un triple concierto para violín, piano y cello con orquesta, 32 sonatas para piano, diez para violín y piano, cinco para cello y piano, los tríos, bagatelas y variaciones…—, el instrumento burgués por antonomasia, manda como nunca anteriormente. Se lo voy a demostrar.
Una poeta feminista, Adrienne Rich, vio en la Novena sinfonía el mensaje finalmente sexual de “un hombre aterrorizado por la impotencia o la esterilidad”. Parecidamente, la musicóloga Susan McClary alcanzó a finales de los años ochenta del siglo pasado un instante de notoriedad cuando publicó que el primer movimiento de la Novena es “uno de los momentos violentos más terroríficos de la historia de la música… la rabia asesina de un violador incapaz de llegar al orgasmo”. Luego recularía. Tarde. La gran Sylvia Plath puso las cosas en su sitio en un poema inolvidable titulado “Pequeña Fuga” (“Envidio los grandes ruidos, el seto de tejo de la Grosse Fuge”).
Es siempre difícil conjugar el verbo equivocarse en presente de indicativo, esto es que cuando escribimos y es posible que estemos confundiéndonos, no lo advirtamos. La lección perdurable es que siempre habremos de pensar que cometemos errores siete veces cada día: las (pocas) feministas que se empecinan en tildar al pobre Beethoven de macho romántico dan más pena que nada. La verdad no va por géneros.
Uno recuerda bien la insania de la Revolución Cultural china, entre 1966 y 1976, una memoria de mi juventud que siempre me ha acompañado y que me inmunizó, recalcitrante, frente a todas las ideologías totales. Mi regla de oro sigue siendo que las cosas de este mundo se pueden discutir. Desconfíen de quienes la rechacen, de quienes les impongan silencio, acusándoles de negacionismo, encarnación contemporánea y abominada del crimen de herejía. Tienen miedo y por ello resultan peligrosos. Desenmascárenlos, que el tiempo juega a favor de los escépticos y de los curiosos. Beethoven sobrevivirá a las feministas misándricas, como ya lo hizo a la furia de la Revolución Cultural china, hace medio siglo.
Beethoven había llegado tarde a China, entrado el siglo XX (Jingdong Cai y Sheila Melvin, Beethoven in China). Un movimiento de la Novena sinfonía fue interpretado en 1925, en el funeral de Sun Yat-Sen, primer presidente de la República China y, después de la Revolución de 1949, Beethoven gozó del favor de los nuevos jerarcas: hay una versión de 1959, filmada en blanco y negro, con la Orquesta Filarmónica China, dirigida por Li Delun y cantada en mandarín.
Las cosas se torcieron en 1966 cuando se desataron todos los demonios y la Revolución Cultural la emprendió hasta con Beethoven. Hubo quien lo pagó con su vida: Lu Hongen, director de la orquesta de Shanghái, condenado a muerte por haber roto el Libro Rojo de Mao, le pidió a su compañero de celda: “Viaja a Austria, ve a la tumba de Beethoven y di ante ella que caminé a mi ejecución silbando la Missa solemnis”.
El disparate acabó en 1976, con la muerte de Mao, y el piano de Beethoven volvió a China con una venganza: hoy, contaba el número de estas navidades de The Economist, hay 50 millones de personas que estudian piano en el mundo. 40 están en China.
Pablo Salvador Coderch és catedrático emérito de Derecho Civil de la UPF
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