Las peñas urbanas
Estos espacios, que son escondrijos y dechados de libertad y esparcimiento púber a la vez, tienden a estar situados en las periferias de las periferias, en los polígonos o en zonas más alejadas
- Me voy al local, ¡hasta luego!
Cuántas veces se habrán despedido así los jóvenes del extrarradio cuando los parques aún tienen la hierba helada, húmeda o demasiado seca y dejan de ser hogar para convertirse en un territorio inhóspito al que mirar con añoranza.
Normalmente, estos espacios, que son escondrijos y dechados de libertad y esparcimiento púber a la vez, tienden a estar situados en las periferias de las periferias, en los polígonos o en zonas más alejadas para evitar las molestias derivadas del ruido a los vecinos. Pero no existen normas, los locales aparecen y se aprovechan.
A decir verdad, son el equivalente a las peñas de los pueblos por muchas cosas. De entrada, suelen formar parte de ellos ciento y la madre, sobre todo si los que lo integran no son pudientes, de ahí que se junten para que la cuota mensual sea asumible. Por otro lado, una vez entras, aunque por desavenencias, cambios de vida o de residencia abandones, la gente te identificará “por siempre jamás” como parte del grupo que se junta en ese local. Otro aspecto en el que resultan similares es la forma de amueblarlos. Se lleva mucho rellenar más que decorar y valerse de mesas y sillones antiguos que provienen de los hogares de las viejas glorias de las familias, pero también de la basura. Luego, se van llenando de cosas como calendarios que caducan; póster de grupos que abandonaron hace décadas, qué sé yo, “Viceversa”, o que creías que habían abandonado y resulta que no, tipo “OBK”; pegatinas varias; muñecos que un día nos resultaron graciosos...
En ocasiones, me recuerdan a las sociedades gastronómicas vascas, por aquello de la membresía con solera y la vocación de compartir horas con la cuadrilla. La parte gastronómica en los locales, no obstante, brilla por su ausencia. A menos que pongamos al mismo nivel las pizzas a domicilio de las grandes cadenas o las bolsas de patatas fritas que las delicias norteñas. Y no.
Quizá, la gran diferencia es qué se hace en ellos y cuándo. Las peñas tienden a funcionar únicamente en fiestas, cuando se bebe y se invita a los de fuera a hacer lo propio. Los locales, por su parte, están activos todo el año, pese a que tengan menos afluencia en verano, y son multitarea. La música puede tener un gran peso en ellos, en cuyo caso, se adecúa con hueveras de cartón para insonorizar, si no hay presupuesto, con un micro y con (o sin) un ordenador. Cuántos grupos de la periferia se habrán gestado así. También es habitual jugar a la consola o al rol y hasta, a ratos, puede convertirse en un nidito de amor. Le pregunté a mi hermano que si iban a estudiar o a hacer deberes, él sabe más que yo, puesto que ha tenido la suerte de compartir local, y le entró un ataque de risa tal que no pudo ni contestar.
Los locales son más que sitios, en realidad, tienen el peso de los espacios humildes y periféricos en los que se articulan las amistades, las creaciones y las voces que no se escuchan más que ahí y que con tesón y suerte logran salir.
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