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Mr. Kilombo, el terapeuta sonriente de la guitarra en ristre

Miki Ramírez recoge los frutos de media vida sobre las tablas estrenando esta noche ‘Cortocircuitos’, su quinto LP

Mr.Kilombo posa en la Sala X en Madrid.
Mr.Kilombo posa en la Sala X en Madrid.Andrea Comas

Lo más difícil, con gente como Miki Ramírez, es calcular la edad. A un artista que estrena este viernes su quinto disco y al que hemos visto involucrado en las más diversas aventuras (en particular, sus seis años como escudero de Macaco) se le presuponen unos cuantos trienios a las espaldas. Sin embargo, el rostro terso y esa sonrisa permanente hacen sospechar de su militancia milenial. “Está bien, está bien: soy como Naranjito, de 1982”, desembucha este madrileño de la Alameda de Osuna al que “los sudores de la música” le han permitido hacerse un nombre como Mr. Kilombo e incluso comprarse “un pequeño cuchitril” a un paso de Tirso de Molina. “Bueno, sin dramatizar: tampoco es como el famoso minipiso de 30 metros cuadrados en el que El Kanka se instaló en Madrid”, se carcajea. “Desde que no alquilo una habitación y pude tirar el tabique, no se vive mal del todo…”.

Miki es así, como le están intuyendo ahora mismo: un tipo radiante. Pero concienzudo. Un currante tenaz que siempre quiso dedicarse a esto y al que nada le llovió del cielo. Le incomoda un poco el aura de positivismo que le persigue, esa sensación algo beatífica de que le pone buena cara incluso a los sinsabores cotidianos, quebrantos sentimentales y demás calamidades. “La etiqueta de optimista me horroriza”, advierte. “En ocasiones abordo temas difíciles y no siento ninguna necesidad de encontrarle el lado bueno a todo lo que me suceda. Quizá sea que ahora se tiende a exagerarlo todo, a cantarle al desamor en plan ‘Me muero sin ti’. Yo no creo en eso en absoluto; como mi discurso es más matizado, quizá me haga parecer positivo”.

Puede que parte de la culpa la tenga también Sinmigo, un tema de su anterior trabajo (Invencibles, 2016) en que aborda con elegancia los buenos deseos hacia la pareja después de que la relación embarranca (“Quiero que ames libre aunque sea sinmigo”). Lo más curioso de esta pieza, más tarde regrabada junto a Rozalén y que ronda los ocho millones de escuchas en Spotify, es que estuvo a punto de no ver la luz. “No era nada contundente en el contexto de un disco muy enérgico”, se sincera Kilombo. “Ni siquiera tenía un estribillo claro ni una producción lujosa, y abordaba una cuestión tan personal que me producía pudor. Pensé en guardármela como un placer privado. Por suerte, algunos buenos amigos me convencieron de lo contrario…”.

Sinmigo no solo ha abierto puertas que antes solo de atisbaban, sino que acaba de incorporarse al repertorio de los concursantes de Operación Triunfo, un logro paradójico para un artista tan alejado de esa órbita. “Una vez que las has publicado, las canciones pasan a ser del aire. No necesitan que les pidas permiso para ser cantadas”, argumenta Miki con su sempiterna cordialidad. “Eso sí: si alguna vez me hubiera planteado presentarme a OT, sé que no me habrían cogido jamás. No soy un cantante de gorgoritos”.

Muchas de las nuevas canciones de Cortocircuitos, el nuevo elepé, sonarán esta noche por vez primera en la sala But. Pero no se molesten: pese a que el álbum no verá la luz hasta dentro de siete días, las 1.200 entradas están agotadísimas desde hace tiempo. “No tengo ni idea de por qué me he hecho popular”, reconoce él. “Quizá influya que siempre me ha gustado este oficio, incluso cuando no había más de ocho espectadores en la sala, y nunca me he angustiado ni desesperado por llegar más lejos”. Ha escrito y tocado para otros artistas, además de apuntarse tantos importantes en publicidad: suyo era Qué bien se te ve, aquel tema que sonó hasta el infinito en los anuncios de esos grandes almacenes en los que está pensando. Pero nunca le faltaron ni inquietudes ni planes B. Miki se licenció en Comunicación Audiovisual por la Complutense y dos décadas atrás “hacía programas de radio muy gamberros en horario de madrugada”, un detalle que desconocía hasta su propia representante. “Sí, sí. Se llamaban Yo qué sé, en Cadena 100, y Ya te digo, en Onda Cero. A veces incluso escribía cancioncillas sobre asuntos de actualidad. La primera de todas iba del No a la guerra: no sé cómo fui capaz de buscarle un punto humorístico a aquello. Luego las cantaba en el Libertad 8 o en El Búho Real, rompía el papel con la letra manuscrita… y las olvidaba para siempre”.

Ahora, claro, la audiencia es mucho más amplia y la responsabilidad, exponencialmente mayor. ¿Nervios? “No lo entiendo, pero cada vez van a peor”, admite Miki. “Con 18 años subía al escenario con una mezcla de efusividad y hormonas revolucionadas. Ahora tal vez disfrute más, pero a posteriori. La calma te la acaba proporcionando el propio instrumento”. Y concluye: “Igual que hay gente que practica kick boxing o se lanza a correr por el monte, yo cojo la guitarra y ese contacto ya se convierte en algo terapéutico. Por eso, cuando alguien me dice que una de mis canciones le ha sanado, sé que es posible. Aunque me resista a creerlo”.

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