El fotógrafo estadounidense que lucha por la comunidad romaní de Madrid
El artista Michael Damanti retrata a las mujeres que piden dinero en los aledaños de la Puerta del Sol para intentar acabar con su estigma
Cualquiera que haya pasado alguna vez por la céntrica Puerta del Sol en Madrid probablemente las habrá visto. Entre los muñecos de Super Mario y Mickey Mouse, entre los estancos y los músicos callejeros, ahí están, moviéndose entre la gente, a menudo acercándose a los viandantes con carteles que solicitan dinero.
La mayoría de la gente las ignora. Pero no así Michael Damanti. Para este fotógrafo estadounidense especializado en retratar escenas callejeras, no son “sólo gitanas.” Son mujeres con nombres, familias y una historia personal. Son sus amigas.
Cuando Damanti llegó a Madrid hace seis años con su mujer, que es española, y sus dos hijos pequeños, no tenía pensado convertirse en defensor de la comunidad romaní de Madrid. Pero pasaba por delante de estas mujeres todos los días al ir al trabajo, y cada vez le picaba más la curiosidad.
Pero cuando Damanti preguntaba por ellas en la oficina, la respuesta que recibía era: “Son sólo unas gitanas. Aléjate de ellas. Te robarán, te escupirán, te rodearán y te quitarán la cartera. Sacarán una navaja y te rajarán”. Pero Damanti dice que “las observaba a diario y no veía nada de eso”.
Así que decidió acercarse a las mujeres. Se dio cuenta de que nadie leía sus carteles, y se propuso crear unos propios. En lugar de aquellos mensajes largos solicitando dinero, los cartelitos de Damanti ponían cosas como: “Wi-Fi gratis”, “¿De veras importa lo que dice este cartel?” y “#Brexit Mantén la calma y dame dinero”. Se los ofreció a las mujeres, que al principio sospecharon, pero que rápidamente vieron que esos mensajes más desenfadados funcionaban mejor.
A partir de ahí, Damanti empezó a relacionarse con ellas, y éstas le dejaron que les sacara fotos. Pero en aquel momento Damanti, que compaginaba un trabajo en ventas con trabajo fotográfico para la agencia Getty, todavía veía a estas mujeres como poco más que “oro fotográfico.”
“Mi enfoque era puramente fotográfico, a distancia. Yo no las conozco, ellas no me conocen. Sólo estoy sacando fotos”, explica.
Pero esta distancia profesional saltó por los aires el día en que una de estas mujeres, Sibella, fue llevada a toda prisa al hospital para que le practicaran una cesárea de urgencia. Damanti estaba de camino a la oficina cuando las mujeres gitanas le encontraron y le contaron lo que había pasado: Sibella había tenido el bebé, pero el hospital no le iba a dejar quedárselo, porque la madre carecía de domicilio en España. El hospital no podía “dar el alta a un bebé para que se fuera a dormir en un parque”, explica.
De repente, el fotógrafo se vio a sí mismo hablando con el personal del Hospital Moncloa, buscando grupos de apoyo para comunidades romaníes en LinkedIn, y saliendo en busca del marido de Sibella en la Plaza de España.
Se enteró de que Sibella podría quedarse con el bebé si aportaba una dirección en Rumanía, un justificante de haber comprado un billete, y fotos para el libro de familia. Gracias a su ayuda, Sibella pudo quedarse con su bebé. Esto fue un momento determinante en su relación con estas mujeres.
“Yo era un fotógrafo callejero que tenía que mantener una distancia con los retratados, y de repente voy y me veo involucrado de lleno. Fue imposible no acabar envuelto en sus vidas”, dice.
Damanti empezó a enterarse de más cosas: muchas de estas mujeres no sabían leer, una mujer mayor no entendía los números, y, para su sorpresa, ninguna se sabía su propia fecha de nacimiento. Damanti también habló con los hombres, pero la comunicación fue más difícil porque ninguno de ellos hablaba español.
Al mirar sus DNI rumanos, Damanti vio sus fechas de nacimiento y les explicó el concepto de una fiesta de cumpleaños: no sabían cantar Cumpleaños feliz ni que se soplan velas colocadas en una tarta.
“En el transcurso de un año, la cosa pasó de unos tíos y tías aterradores que me iban a acuchillar y robar, a ‘vamos a montarnos una fiesta de cumpleaños aquí mismo en el suelo’”, explica.
Pero lo que más le sorprendió fue el nivel de racismo al que se enfrenta la comunidad romaní: “Hay un nivel aceptado de racismo hacia ellos aquí mismo, en una capital europea, que nadie cuestiona”, dice.
Damanti ha visto a una mujer mayor española escupirles y llamarles “parásitos”, a un hombre mayor ofrecerle cinco euros a Sibella por practicar sexo oral, y ha tratado de ayudar a Sevda, una embarazada a quien un español borracho pegó un puñetazo en la cara mientras ella dormía.
Las mujeres ni siquiera pueden entrar en un McDonald’s a comprar helado en un día de calor sin que las echen.
“Nunca he visto racismo así”, dice Damanti. “Es el tipo de racismo que veías durante el apartheid o en Estados Unidos antes del movimiento por los derechos civiles. Es descarado, a nivel de de gritarles en la cara ‘puto gitano; largo de aquí, puta...”
“Todas las reglas desaparecen cuando se trata de un gitano”, añade Damanti. “Y esto lleva así generaciones. Están acostumbrados a que les digan que son unos parásitos”.
Además, a nadie parecía importarle. “Sentía las miradas de exasperación cada vez que me ponía a contar una de estas historias. Nadie las escuchaba.”
Pero Damanti no podía quedarse de brazos cruzados: “Haría falta ser extremadamente estoico, además de sociópata, para ver todo esto y seguir sacando fotos y luego decir, ‘pues hala, vuelta al trabajo.’”
Así que les ayuda en todo lo que puede, ya sea llevándoles comida o ropa de segunda mano para los bebés. Pero ante todo, lo que quiere es mostrar a la gente que no son “sucios gitanos” sino gente que sonríe, que ríe, que hace muecas graciosas y que comparte su comida con los demás. Sus fotos, que siempre saca a la altura de los ojos, captan estos momentos espontáneos y ofrecen una mirada poco frecuente a sus vidas.
En una exposición de su obra que tuvo lugar este año en el Centro Cultural Galileo, en Chamberí, a muchos visitantes les sorprendió ver este aspecto de la comunidad romaní. A Damanti incluso le pidieron que diera tours privados para explicar las historias detrás de cada foto. Para el fotógrafo, esto supuso un pequeño paso en la buena dirección en su misión por cambiar el concepto negativo que tienen los españoles de los romaníes.
Pero aún queda mucho por hacer. La comunidad romaní sigue tremendamente marginada no sólo en España, sino en toda Europa.
En Damanti, al menos, la comunidad romaní de Madrid ha encontrado un inesperado amigo y aliado. Pero él dice que la suerte la tiene él: “Son lo mejor que me ha pasado en España”.
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